miércoles, 9 de mayo de 2018

TODOS DISCRIMINAMOS


Cuánto tienes, Cuánto vales -El que paga, manda. -Es niña, va a sufrir mucho. -Yo te pago hasta la risa. -Eres un indio. –Mujercito. –Eres un jodido. No eres inteligente como tu hermano. Apúrate flojo. Ese viejo solo nos está robando el oxígeno. Eres una albóndiga con patas, eres un hueso. Cuatro ojos. 
Mi padre me dice “negra”, acaso ¿no se ha visto en un espejo?, él tiene la piel más obscura que yo. ¿No se verá sus defectos?
Todos sin excepción hemos experimentado algún tipo de discriminación, y sin duda alguna también la hemos ejercido en nuestro paso por la vida. La persona que lo hace no se cuestiona el por qué lo hace, muchas veces segrega por costumbre o por dejarse llevar por las opiniones de otros y sin razonar las consecuencias y menos, sin ponerse en otros zapatos. Incluso algunas hipótesis en el campo de la neurociencia apuntan a cierto enlazamiento de neuronas que nos hacen actuar como por acto reflejo cuando discriminamos, a ello se les ha denominado parcialidad implícita. Cuando alguien habla de médicos con mucha destreza tendemos a imaginarnos a doctores antes que, a doctoras, aún más, no queremos que nos atienda una doctora porque pensamos que no sabe.
Según el Consejo Nacional para la Prevención de la discriminación dice que esta “es una práctica cotidiana que consiste en dar un trato desfavorable o de desprecio inmerecido a determinada persona o grupo, que a veces no percibimos, pero que en algún momento la hemos causado o recibido.
Se llega a discriminar por creencias religiosas, por etnia, por ser mujer, niño o niña, por ser joven, por ser adulto mayor, por tener una discapacidad, por vivir con VIH, por ser migrante o refugiado, ser de color diferente, por ser diferente, por tener una preferencia sexual no hegemónica, por la condición social o económica, por tener un tatuaje, y ¿por cuantas razones más?
Uno de los campos en donde la ideología contamina de manera más evidente a la ciencia es en el área de los estudios sociales, porque más que generar conocimiento y entendimiento han sido sesgados para obtener justificaciones seudocientíficas afines a los intereses supremacistas. Una de las discusiones bizantinas preferidas es el análisis de cómo afectan al desarrollo intelectual los determinantes hereditarios (genéticos) respecto de los ambientales (culturales), ese saber sin duda ello ha arrojado implicaciones políticas, porque da el pretexto para que un grupo de personas domine a otro.
Un exponente del determinismo biológico, que apoyaba la discriminación, fue Paul Pierre Broca, médico anatomista y promotor de la antropología física, quien alimentó la idea de que la inteligencia estaba relacionada con el tamaño y la estructura del cerebro, e implantó una clasificación de tipos de cerebros, que de forma tendenciosa ubicó a la gente blanca como la más inteligente, en segundo lugar, a los asiáticos y por último a los negros como los menos capaces. Desde luego, también apuntó que el cerebro de los hombres era más grande y potente que el de las mujeres. En el exceso, ordenó por escalas jerárquicas santos y pecadores, amos y siervos, clases sociales, razas y sexos y siempre trató de justificar que dicho arreglo es inmutable por que las desigualdades se deben a diferencias que establece la naturaleza.

Este tipo de escuelas de pensamiento generalmente utilizan las herramientas matemáticas, que son necesarias soportar estadísticamente estudios eminentemente científicos, como son las encuestas, pero son habitualmente diseñadas y aplicadas con sesgo, sus hallazgos malinterpretados y sacados de contexto, y de ellos se intenta extraer conclusiones desde el punto de vista social que arrojan una visión reduccionista y esquemática de fenómenos que son muy complejos y cambiantes.
Científicos como Carl Sagan desmantelaron las ideas del determinismo biológico señalándolas como seudociencias que han hecho pasar por verdaderos los prejuicios creencias y otros dogmas favorables a la perduración de las injusticias.
En la actualidad es necesario estar muy atentos, ya que las redes sociales suelen hacer pasar falacias como verdades, nos encontramos con los que predican que los que nacen por cesárea no son hijos de Dios y no tienen un nacimiento digno, tal es el caso que ni la gineco obstetricia ni la teología, sin ser ciencia esta última, hablan de tal despropósito producto de la ignorancia.
La estigmatización de las diferencias y la justificación de las desigualdades, conducen tarde o temprano a la insensibilidad, a la banalización del mal y a la perpetración de los crímenes.
De este modo, en una sociedad donde de manera impune se ataca y se hace burla de las personas en desventaja, con ello se legitima la violencia que va desde poner motes y hacer memes hasta matar, ya que algunas personas se sienten con derechos de agredir o incluso a privar de la vida. Una forma de justificar esta conducta es demostrar que la agresividad está en nuestros genes, de una manera menos visible, pero no menos grave, tenemos los casos en los que una persona violentada es conducida de forma silenciosa al suicidio.
Lo peor de todo es cuando la discriminación daña la estima o el valor de una persona, el afectado se siente señalado como persona conflictiva o cuya condición genera conflicto, como el responsable de serlo, aunque sea de forma involuntaria, cuando más bien es toda la sociedad responsable de ello, porque no es capaz de generar las condiciones para que todos y todas se inserten de forma digna y reconociendo que todos somos seres humanos, tan valiosos unos como otros. Por un momento pensemos que la discapacidad motriz que sufren algunas personas no se traduce en un obstáculo para su vida pública, si hubiera suficientes rampas, elevadores, áreas reservadas en un transporte público eficiente y suficiente, luego entonces, más que buscar pretextos de toda índole para segregar, debemos exigir a las instituciones que se apliquen políticas públicas para que todos y todas vivamos al máximo de nuestras capacidades humanas y vivamos felices.


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