No es
posible imaginar un mundo sin miedo, pero si es posible imaginar un mundo sin
ansiedad, y debemos imaginarlo. Agnes Heller, filosofa.
Nuestras
respuestas emocionales son sin lugar a dudas un instrumento eficaz de
supervivencia y una de ellas es el temor.
Todos
somos vulnerables al miedo, aunque no nos guste admitirlo. Porque socialmente
no es bien visto demostrarlo, sin embargo, este es tan natural como la
tristeza, la alegría, la ternura, la rabia o el desagrado. Es un estado emocional donde el cerebro se
activa y nos alerta para evitarnos la pena, el ridículo, el dolor o incluso de un
peligro, pero como nos avergüenza decir que tenemos miedo, lo disfrazamos con
frases como: “estoy nervioso por que no
encuentro trabajo”, “estoy estresada”, “qué va ser de mis hijos”, “no se si las
cosas vayan a salir como yo quiero”, “mi pareja no me comprende”, entre otras.
El
miedo es una reacción adaptativa que nos prepara para actuar ante un posible
peligro. Cuando sentimos miedo, nuestro cuerpo reacciona produciendo una
secuencia de efectos, tanto físicos como psicológicos. Algunos estudios afirman
que el miedo es la emoción que más consecuencias produce en nuestro interior.
Como acto
reflejo inicial, algunas personas se quedan paralizadas ante el miedo,
experimentan sudoración, taquicardia. Nuestro corazón bombea más sangre,
los músculos se tensan, los pulmones se encargan de dar más oxígeno al cuerpo y
el estómago se cierra.
De tal forma, el sistema
nervioso simpático prepara nuestro cuerpo para una huida o para un
enfrentamiento físico, por tal motivo, hay personas que actúan de manera más
heroica, y se debe al aumento de adrenalina en la sangre. Es cierto que, en
algunos casos, el miedo nos paraliza y somos incapaces de actuar durante más
tiempo. Esta respuesta es debida a que el sistema se bloquea y la respuesta
psicológica impide que se gestionen bien los efectos físicos del miedo.
El
miedo se encarga de la supervivencia, así de sencillo y así de complejo.
Nos ayuda a decidir cuál es el límite entre lo seguro y el peligro. Sin
embargo, se actúa tanto ante un peligro real como ante uno imaginario. Si no lo
sintiéramos esto no sobreviviríamos.
Por otro lado, a
nivel psicológico, el miedo también produce una serie de consecuencias. El
proceso mental se inicia sintiendo agobio y malestar, eso nos indica que algo
no va bien. Posteriormente, como nuestro cuerpo ha activado partes del cerebro
implicadas en este proceso, nos ponemos en estado de alerta y, en algunos
casos, actuamos rápido y con una supuesta valentía. Esta reacción es similar al
estrés, ya que enfoca nuestra atención a unos pocos estímulos y pone en
funcionamiento máximo a nuestra mente.
Este estado de alerta, de prolongarse, es el causante de los trastornos
del sueño, como el insomnio en las personas con fobias o ansiedad generalizada.
Cuando los procesos mentales dejan de ser adaptativos, es el momento de actuar
y de iniciar una terapia psicológica que tenga por objetivo relajar nuestros
miedos y calmar la mente.
En el extremo, el miedo
puede convertirse en un estado permanente, en una inquietud enfermiza duradera
e intensa, en una angustia que te bloquea, como consecuencia, con cada episodio
de crisis, aumentas aun más tus niveles de ansiedad, de sudoración y
experimentas taquicardia, disminuyes tu concentración y la memoria te
traiciona.
Por ello, es importante considerar
que, si el peligro es real, entonces tu respuesta ha sido útil, dándote la
opción de que huyas y te salves. Sin embargo, hay veces que el miedo se hace
“irracional” porque genera invenciones o creaciones de nuestra imaginación o
ignorancia.
A este respecto, Sigmund
Freud señalo dos tipos de miedos, el real y el neurótico. El primero es cuando
el peligro es “evidente”, cuando en la persona esta en riesgo su integridad. (un
auto nos va a atropellar, nos resbalamos en un precipicio, alguien nos apunta con
un arma). El otro es cuando no hay un peligro que pueda suponer una amenaza
para la vida, pero que se siente ante algo que no existe. Se dice que es un
temor que nace de nuestra imaginación pero que siempre se traduce en
sensaciones y sentimientos que llegan impedir tomar acciones concretas y
pensadas.
Una gran mayoría de
nuestros miedos son infundados y están condicionados por nuestra cultura, tanto
por las personas que están a nuestro alrededor inmediato, como la familia, como
la sociedad en general. La madre que
tiene miedo a las arañas, aterroriza a sus hijos, porque en realidad nadie nace
con miedo, ya que este se forma a raíz de la educación que vamos recibiendo.
Es un hecho que los padres
no lo hacen con intención de infundir miedos, debilidad o emociones negativas
en sus hijos, pues no están plenamente conscientes del efecto. El problema
surge cuando no se nos motiva para que lo dejemos a un lado y ello nos impone
una limitante.
Si son
ofuscadas nuestras relaciones sociales, si nuestro ambiente está afectado por inseguridad
y si el individuo se sienta amenazado por las fuerzas sociales que funcionan
independientemente de su selección y decisión, más frecuente y generalizada se
presenta la ansiedad, porque entonces mayor es el número de estímulos que
pueden resultar peligrosos y pueden provocar en nosotros dicho sentimiento. Así
pues, la ansiedad es una variedad del miedo.
Se dice
que la ansiedad es un miedo a la nada, o sin objeto alguno, pero en realidad es
un miedo a todo, y esto puede ser comprensible ya que todo el mundo se
encuentra ansioso con un entorno completamente desconocido, porque no
comprende, no sabe, qué es peligroso y qué no lo es.
De esta ansiedad se
generan una gran variedad de miedos, como al fracaso; los celos; a uno mismo; a
la soledad; hablar en público; a la obscuridad; al compromiso; a perder nuestro
trabajo; a perder a nuestros seres queridos y a muchos más.
El miedo a sufrir es en
definitiva el mayor mecanismo de protección que se pone en marcha frente al
miedo a morir. Incluso nos da miedo amar, porque se piensa que al hacerlo vamos
a sufrir.
El
miedo puede ser también una forma de control, pues lo disfrazamos como una
excusa para proteger y cuidar, como al hijo para que no le suceda nada, para
esto, se usan ideas repetidas como “ten cuidado”, “no hagas esto porque podría
sucederte aquello”, aquí, más que proteger de forma efectiva, se van creando sensaciones
de inseguridad, que derivan luego en miedos irracionales y codependencias.
También,
nuestra ignorancia hacia ciertos temas nos genera miedos, como no saber cómo
cuidar una herida o enfermedad, y estar aterrados ante nuestra muerte, con
pensamientos como que si nos van a comer los gusanos, que si nos entierran
vivos, entre otras, y muchas veces tiene que ver con la escaza o excesiva
información que se obtenga.
Asimismo,
el miedo está vertido en todas las instituciones: Familia, Sistema Educativo,
Estado y Religión, estas dos últimas funcionan y sobreviven gracias al temor
que infunden. Se nos enseña a tener “respeto” a nuestros superiores, y éste es
sólo otra manera de nombrar al miedo.
Todo
miedo neurótico es como un fantasma que vive en la mente y es alimentado y
crece con los pensamientos, cuanto mas se piensa mas miedo se experimenta y al
hacerlo quedamos plenamente desarmados, inoperantes.
Al
final de cuentas, debemos tener en mente que el miedo no permite que amemos y
que disfrutemos de la vida, lo que se reduce a que no tememos tanto a la muerte
como a la vida misma y los retos que nos presenta.