Engels
escribió que la familia monogámica surgió como una necesidad para la
acumulación del capital en una esfera pequeña dentro de un régimen social, en
la cual no importaba el amor o las relaciones personales, puesto que eran los
padres quienes concertaban las bodas de sus hijos. Lo importante era concentrar
el capital y asegurarse de que este no saliera del grupo familiar, para lo cual
se le exigió a la mujer obediencia, castidad y la más estricta fidelidad
conyugal para asegurar que los hijos fuesen herederos directos de la fortuna
del padre. Por lo tanto, la relación familiar se fundó en el poder del hombre,
siendo él el único que podía romper el vínculo conyugal.
A partir de
entonces el varón ha estado en una posición de privilegio ya que es celebrada
la llegada de un niño a la familia y más si este es el primogénito. Como será
el futuro heredero se le se le da un trato prioritario y contará con predominio
sobre la mujer. Se le consiente, se le cuida, se le da más atención, se le
anticipa a sus más mínimos deseos y necesidades ya sean reales o imaginarias. Su
vida es más permisiva, se le alienta a participar en eventos donde pruebe su
valor e independencia, se valora más su opinión, se le da mejor de comer, entre
otras ventajas.
Desde
pequeños, a los varones se les da medios para ser seguros de sí mismos y
ejercer el poder, y aunque los padres tengan el discurso de que a hijos e hijas
“se les trata igual”, muchas veces no es cierto, el resultado es que suele
haber distingos entre los hermanos, conforme a su sexo. Esto no solo repercute
en que en el momento presente se les otorguen desiguales oportunidades, sino
que, una vez que estén fuera del ámbito estrictamente familiar, las hijas
tendrán que hacer frente a desigualdades históricas que sufren las mujeres, con
menos herramientas que las que sus pares varones tienen a su alcance.
Asimismo, los
padres podrán decir a las hijas “nunca te has quedado sin comer”, si se atreven
a reclamar, aunque aun hay niñas que no tienen una cama donde dormir, y los
hijos varones sí. Pero más aun, cuando se trata de las niñas, todavía se les
concibe como si no merecieran una visión de futuro, su propia visión de futuro,
es decir, es posible que se cubran sus necesidades básicas pero no las
estratégicas, para transformar su realidad. En las familias más acomodadas era
común la expresión de las chavas universitarias de los setentas y ochentas
“estudio MMC”, que significa “mientras me caso”, quizá ya no se use tanto, pero
el razonamiento y el contexto que entraña sí sigue imperando. En el otro
extremo del espectro, la entonces niña pakistaní Malala Yousafzai, quien ha
llegado a ser estudiante universitaria en Inglaterra, hace algunos años puso en
evidencia esta tremenda injusticia en el acceso a la educación.
Simone de
Beauvoir, en un estudio histórico sobre la mujer, señala que “el triunfo del
patriarcado no fue ni un azar ni el resultado de una evolución violenta. Desde
el origen de la humanidad, su privilegio ha permitido a los machos afirmarse
solo como sujetos soberanos, y no han abdicado nunca este privilegio; han
enajenado en parte su existencia en la naturaleza y en la mujer, pero la han
reconquistado inmediatamente”.
Cuando
Jean-Jacques Rousseau, en 1762, escribió su libro “Emilio” planteo el tipo de
educación que deberían recibir tanto el hombre como la mujer. Estuvo perfilando
la postura actual del hombre fuerte, activo, dando el privilegio y que su mundo
sea el de la política, el mundo externo, mientras el de la mujer, el interno,
la casa y los sentimientos. Y uno de los motivos principales para alejarlas de
las nuevas factorías fue porque ellas siguieron trabajando y recibían sueldos
más bajos que los hombres, las preferían porque se aprovechaban de la necesidad
y del hambre de las mujeres.
A este
respecto Beauvoir apunta “Se comprende que los trabajadores machos hayan
empezado por ver en esa competencia barata una amenaza temible y que se hayan
mostrado hostiles”. De esta forma, se buscó la manera de confinarlas al hogar.
Milenios de
poder masculino han conseguido construir una sociedad donde todos crecemos
aceptando como algo natural y sensato un sistema manifiestamente sesgado a
favor del hombre. Donde muchos suponen que están siendo razonables cuando en
realidad se actúa de acuerdo a una forma
de pensar inconsciente, el hombre por consiguiente cree ser el paradigma según
el cual se juzgan valores y culturas.
Y es que desde
la mirada del hombre es con la que se interpreta la realidad. A partir de las
referencias del patriarcado quedan las mujeres expuestas a esa interpretación y
a las críticas que derivan de ellas y todo dependiendo del contexto y de lo que
decida el hombre interprete, pueden ser esposas o amantes, santas o pecadoras,
compañeras o prostitutas, madres o malas madres y cada una de esas
posibilidades puede ser verdad o mentira según decida ese hombre que interpreta
la realidad, además lo será, pues es “palabra de hombre “ y esa no se
cuestiona. Es decir, el debate y juicio están ceñido a linderos muy
delimitados, fuera de los cuales no vale nada más.
Cuando se
trata de comparar a un hombre y a una mujer en su desempeño laboral, al hombre
se le justifica con “es un poco exigente” pero si se habla de una mujer en
búsqueda de la perfección esta “histérica” no hay modo de complacerla. Y es que
hemos aprendido a justificar al hombre en su comportamiento “es un poco
brusco”, “exigente”, “tiene el carácter muy fuerte”, “tuvo un padre muy
difícil”, “su madre fue demasiado dura con él por eso desconfía de las
mujeres”.
El machismo se
puede definir según Marina Castañeda, “como un conjunto de creencias, actitudes
y conductas que descansan sobre dos ideas básicas: por un lado, la polarización
de los sexos, es decir, una contraposición de lo masculino y lo femenino según
la cual no sólo son diferentes sino mutuamente excluyentes; por otra, la
superioridad de los masculino en las áreas consideradas importantes para los
hombres. De aquí que el machismo involucre una serie de definiciones acerca de
lo que significa ser hombre y ser mujer, así como toda una forma de vida basada
en ello”.
Pero, el
machismo no significa necesariamente que el hombre golpee a la mujer, ni que la
encierre en la casa. Tiene que ver con una cuestión de poder sobre los otros,
de una actitud más o menos automática hacia los demás; no sólo hacia las
mujeres, sino también hacia los demás hombres, niños, subordinados, pobres, adultos
mayores, personas con discapacidad, minorías raciales y sexuales, es decir todo
aquello que se aleje del ideal de varón hegemónico. Puede manifestarse con tan
solo una mirada, la falta de atención o los gestos y en lenguaje no incluyente.
Pero que el que está situado del otro lado lo percibe con toda claridad, si es
una mujer, se siente claramente disminuida, retada o ignorada. No hubo
violencia, regaño o disputa, pero se estableció una relación desigual en la que
uno esta abajo y el otro arriba, y que sanciona duramente cualquier intento por
subvertir dicho régimen.
A veces se
cree, sobre todo en grandes ciudades que el machismo ha desaparecido, pero el
problema de este es que ha evolucionado para transformarse en una amenaza cada
vez más difícil de identificar, ya no es el machismo en que nuestros abuelos y padres
fueron educados. Pero, aun disfrazado,
lastima las relaciones humanas de manera lenta, invisible y muchas veces
irreversible, afectando a hombres y mujeres por igual, perpetuando las
conductas sembradas desde la infancia que se convierten en un modo de vida,
Muchos hombres
se dicen ser no machistas, pues están totalmente de acuerdo que ellas deben
estudiar y trabajar, “a mi esposa la dejo hacer todo lo que ella quiera. Y
después de una pausa, añaden bueno, siempre y cuando no descuide la casa o me
falte al respeto”.
“Yo le ayudo a
mi mujer con la limpieza de la casa, cuando puedo o cuando ella me lo pide”.
Cuando por default la tarea del hogar es una tarea que debe realizarse entre
todos los miembros de la familia, pues todos habitan la casa y la ensucian.
Ahora con las
manifestaciones que hubo antes del día de la mujer, por la ola de feminicidios,
se escuchó decir a los hombres, “es que nadie entiende a las mujeres y hasta entre
ellas se contradicen”. Sin dejar del lado el inmediato afán supremacista del
dicho, a partir de estos pensamientos se cree que estamos en lo correcto,
cuestionando ¿Por qué ellas no ven las cosas del mismo modo?, devengar el
privilegio machista ha conducido a una total falta de entendimiento y miopía. Ese
es un falso debate, porque de suyo mujeres y hombres son distintos, tienen
necesidades, expectativas e intereses que los diferencian y no se puede suponer
uniformidad aunque nos parezca más cómodo. Mucho menos eso justifica que mujeres
y hombres tengan que ser desiguales y que con el trato y los rezagos históricos
se haga eterna tal desigualdad.
Dice Grayson
Perry, que desde chico le gusto vestirse
de mujer, que muchas veces le preguntan que si por tal motivo estaría más
identificado con las mujeres, a lo que respondió que no tendría porque estarlo
si el nació siendo hombre y ha estado del lado del privilegio.
Sera difícil
erradicar de nuestra cultura el código del hombre por defecto, tan arraigado ya
que ha estado durante muchos siglos rigiéndose
por sus normas, sin embargo, paso a paso se va cambiando de ideología gracias a
las discusiones acerca de la cuestión de género que las feministas han
impulsado. Indudablemente la búsqueda de
soluciones implica necesariamente un cambio cultural y educativo y la urgencia
de que el hombre reconozca y renuncie a sus privilegios.