Al principio de los tiempos la gran diosa era la
hembra dadora de vida, pero en algún momento fue derrotada y amancillada,
destronada por el rey sol y con ello se dio pie al patriarcado. Cuando las
sociedades eran lideradas por las mujeres y tenían una organización
comunitaria, era una situación aceptada saber quién era la madre de cada hijo e
hija, y al mismo tiempo no saber quién era el padre, eso era irrelevante, los y
las niñas eran hijos e hijas del clan y así eran criados y protegidos. En
cambio, cuando los intereses económicos y políticos hicieron necesario heredar
posesiones y derechos y hasta legitimar despojos, se impuso entonces la
monogamia, que como plantea el filósofo Federico Engels, no aparece de ninguna
manera como una reconciliación entre hombre y mujer y mucho menos como la forma
más elevada de la familia, por el contrario, entra en escena bajo la forma de
esclavitud de un sexo por el otro, proclamando un conflicto entre los sexos,
desconocido hasta entonces en la historia de la humanidad.
La escritora Simone de Beauvoir llevó a cabo en 1949 una investigación acerca de la situación de las mujeres a
lo largo de la historia, para conocer en qué condiciones viven y cómo intentar
mejorar sus vidas y ampliar sus libertades. Abordó su identidad y la diferencia
sexual desde los puntos de vista de la biología, antropología, la historia y la
psicología. En el libro titulado “El Segundo Sexo” planteó como su principal
teoría que "la mujer", o más exactamente el conjunto de rasgos que
entendemos por lo que llamamos “mujer” (coqueta, cariñosa, delicada, etc.); es
un producto cultural que se ha construido socialmente y que se ha definido a lo
largo de la historia siempre respecto a los roles que debe asumir, ya sea madre,
esposa, hija, o hermana, todos ellos subordinados a sus contrapartes masculinas
“madre de”, “esposa de”, etcétera. Así pues, según la autora, la principal
tarea de la mujer es reconquistar su propia identidad específica, ya que muchas
de las características que se adjudican a las mujeres no están dadas por su
genética, sino que devienen de la forma en cómo han sido educadas e integradas
a la sociedad. La frase que resume esta teoría es muy célebre: "No se nace mujer: llega una a serlo".
La escritora señala que, desde el triunfo del
patriarcado, a los hombres se le han permitido afirmarse como sujetos soberanos
y cuando se produce algún avance en la mujer inmediatamente es recapturado y se
le vuelve a condenar a desempeñar un papel que ella nunca elige, no importa que
sea de esclava o de ídolo idealizado e inaccesible.
En la antigüedad patriarcal la mujer era vista como una
criatura de baja categoría e imperfecta. Para la civilización romana las mujeres
eran inestables, pero ello no obstó para hacerlas esclavas y servidoras del
hombre y para destinarlas a asegurar la descendencia, eso sí, sujetas a dominación.
Para los griegos la mujer era considerada una basura, era vendida o comprada.
Los antiguos códigos de la India declaraban que castigos como las epidemias, la
muerte, el infierno, el veneno y las serpientes eran mejores que la mujer. La
Torah también apunta señalamientos parecidos.
En estas condiciones no era fácil que
las mujeres pudiesen tener una autoridad dentro del clan familiar. El hombre
tenía todo el derecho de agredirlas verbal y hasta físicamente incluso tenía la
autoridad de matarla.
Esto es algo que
todavía
pasa en muchas sociedades en el mundo, actualmente lo siguen realizando como en
la antigüedad. Las mujeres son vendidas como esclavas, siguen siendo forzadas a
matrimonios por conveniencia, y son golpeadas, mutiladas o violadas, desde
niñas de tres años hasta adultas mayores de 80 e incluso de distintos
estratos sociales. La violencia contras las mujeres destruye sus cuerpos, su
disfrute sexual, sus ideas, su tranquilidad, su futuro y sus relaciones con su
familia y con la comunidad.
Rudyard Kipling escribió en un curioso poema, señala que
la hembra de cualquier especie, incluyendo la humana, es siempre más letal que
el macho. Históricamente la guerra ha sido cosa de hombres y se ha excluido a
las mujeres de la vanguardia de los ejércitos; sin embargo, la imagen de la mujer
armada y peligrosa, blandiendo una espada o abatiendo enemigos con arco y flechas,
abunda en muchas mitologías. Las sociedad matriarcal y guerrera de las amazonas
defendía su modo de vida con uñas y dientes.
A la luz de nuevos historiadores interesados en la
mujer en sociedades anteriores a la Edad Media, como Georges Duby, entre otros,
han demostrado que en la antigüedad existieron mujeres que fueron referentes,
unas para gobernar, como filosofas y otras como guerreras que sobresalieron en
un mundo de hombres poderosos. Reinas que lucharon para ascender y mantenerse
en el trono demostrando que eran tan válidas para gobernar como cualquier
hombre, pero que se sabe muy poco de ellas o que se ocultaba su importancia, como fue el caso
de Hatsehepsut, que fue reina-faraón de
Egipto del 1490–1468 A.C.; Nefertari Meryetmut, reina
egipcia de la dinastía XIX, la gran esposa de Ramsés II, uno de los faraones
más poderosos, jugó un importante papel como esposa real, estando dotada de una
brillante mente política, Cleopatra la última reina del antiguo Egipto. Ester fue reina del
Imperio Persa al casarse con el rey Jerjes I, en los siglos IV y V a. C,
Zenobia fue reina del imperio de Palmira (actual Siria) entre los años 267 y
272 d. C.
Sin duda alguna la mujer egipcia se ha convertido en
el máximo exponente de la autonomía femenina en la mayoría de las sociedades de
la antigüedad, puesto que, en comparación con sus contemporáneas de Grecia,
Roma y en especial Mesopotamia, ellas vivían con cierta libertad, respeto y
libre albedrio que las convertía de alguna manera en una igualdad con el
hombre. Se puede apreciar que Atenea era la diosa griega de la guerra, oponiendo
estrategia y sabiduría a la caótica fuerza bruta del dios guerrero masculino,
Ares. Domitia Lucila fue una noble romana, madre del emperador Marco Aurelio y
vivió durante el siglo II, en
fin, podríamos nombrar a muchas hembras sobresalientes repartidas por todo el
mundo como las amazonas; las guerreras en Japón o bien las sacerdotisas aztecas
(Las cihuatlamacazque).
El afianzamiento del cristianismo en la edad media no mejoró
la situación de las mujeres. En las cartas del apóstol San Pablo se predican las
características de la buena esposa, y se recomienda que sea sumisa, porque el
marido es la cabeza de la mujer, como Cristo lo es de la iglesia. (Ef5:239). La
Epístola a Timoteo obliga a las mujeres a vestirse decorosamente, con pudor y
modestia, a que no dominen a los hombres y a que se mantengan en silencio,
puesto que deben obediencia y respeto. La doctrina relata que Adán fue formado
primero y la mujer fue quien incurrió en el pecado (1Tim 2:15), por ello, en el
año 586 D.C. se celebró una conferencia en Francia para dilucidar si la mujer
era un ser humano o no, después de las discusiones, concluyeron que lo era,
pero que fue creada para servir al varón. Los grandes caballeros medievales estaban
muy lejos de ser lo que cuenta la leyenda, no rescataban a damas en peligro,
más bien era una oportunidad de aprovecharse vilmente de ellas, en todo
sentido.
En Inglaterra,
con Enrique VIII, se consideraba ilegal que las mujeres recitaran las sagradas
escrituras, todavía en 1850 no eran consideradas ciudadanas y en 1882 no tenían
derecho a tener posesiones. El papel de la mujer en el matrimonio siempre fue
para afianzar relaciones, riquezas y poderío.
Con la
revolución industrial se instauraron los valores de la sociedad burguesa, entre
otros, la separación tajante de la vida pública y la privada. El hombre le delegó
a la mujer el dominio y la responsabilidad de su reino privado, la casa y el
ámbito doméstico, ello no restituyó la igualdad real entre hombre y la mujer,
porque el dominio económico siguió estando en manos del varón, quien además
detentaba el derecho sobre el divorcio. En el caso de ser él quien cometía
adulterio, solo pagaba una multa, pero si era ella quien lo realizaba, se tenía
derecho de matarla. El padre tenía más derechos sobre sus hijos que la madre. El
cometido principal fue darle la tarea de la maternidad e inhabilitarla para la
vida pública.
En esos años en Francia
y en toda Europa, se presentaba un alto índice de mortalidad infantil, por lo
que en primera instancia el Estado Francés se preocupó por el cuidado de los
niños, y se hizo responsable de alimentarlos y cuidarlos, con el tiempo, se consideró
que resultaba más barato que las madres se ocuparan del cuidado de los
infantes, y para ello se hizo un exhorto a las mujeres para que cumpliesen su
función.
La filosofa
francesa Elizabeth Badinter plantea que el Estado formuló a diversos discursos
políticos para coaccionar a las mujeres a modo de que se ocupasen personalmente
de sus hijos. Tardó tiempo para que ellas aceptaran estos alegatos insistentes,
pero como emanan de algunos postulados científicos adulterados, a la larga
encumbraron la idea de un llamado “instinto maternal” como uno de los
imaginarios más poderosos y fanáticos del mundo actual.
Para 1876, en
plena era del imperialismo mundial, ya estaba consolidado y difundido el modelo
de “Hombre” y de “Mujer” que la sociedad burguesa había perfilado. Esto se puede
apreciar con el dramaturgo Henrik Ibsen quien retrató a la sociedad burguesa,
con base en las concepciones de familia y mujer vigentes en su tiempo. En su
obra teatral “casa de muñecas” desmitificó el hogar como el ejemplo de
perfección y de felicidad que la sociedad pretendía representar, de la misma
manera, la figura de mujer que ama a sus hijos y a su esposo, así como la
imagen femenina de un personaje frágil, infantil, derrochador y cuyo encanto es
la ignorancia, considerada eufemísticamente en ese entonces como “inocencia”.
A este respecto,
Badinter ha señalado que “quienes defendieron la ‘naturaleza femenina’ tuvieron
cuidado de hacerlo de manera tal que implicara todas las características de la
buena madre. Eso es lo que hacen Rousseau y Freud, que con ciento cincuenta
años de distancia elaboran una imagen de la mujer singularmente coincidente:
destacan su sentido de abnegación y el sacrificio, que según ellos caracteriza
a la mujer ‘normal’ […] tachada de egoísta, de malvada, hasta de
desequilibrada, la mujer que desafía la ideología dominante no tenía otra
alternativa mejor o peor su ‘anomalía’”.
En el mundo moderno, han sido recurrentemente
afectados los derechos de las mujeres cuando hay guerras, dictaduras,
migración, crisis económicas, etc. Con la Primera Guerra Mundial se las obligó
a salir de sus casas con el consentimiento de sus esposos y padres, para hacer
las tareas que antes eran exclusivas de los hombres, mientras que ellos debían
ir a la guerra, el premio fue quedarse viudas o huérfanas, o ambas. Y por
supuesto, esto se acentuó en 1942 con la Segunda Guerra Mundial. En la época
franquista se creó una sección femenina de las falanges del Caudillo, con la finalidad
de fomentar en ella el espíritu nacional sindicalista, con un lema que rezaba
que el fin esencial de la mujer es servir de complemento al hombre y se hizo hasta
un tratado de reglas para prepararla como una “buena esposa” en el matrimonio.
Cuantimás, se ha escatimado a las mujeres el derecho a
ejercer su autodeterminación, Simone de Beauvoir relata que, en Francia en
1810, el aborto se consideraba un crimen, fue hasta 1955, que en la entonces
Unión Soviética se practicaba con previa solicitud del médico, posteriormente
se sumaron Hungría, en 1956; Polonia, en 1959; y EEUU, en 1973.
Actualmente en México a nivel federal se sigue discutiendo sobre el derecho
a la interrupción legal del embarazo, pero llama la atención de que los órganos
legislativos, jurisdiccionales, secretarías de estado, partidos políticos,
iglesias, medios de comunicación, sociedad civil y demás instancias que
intervienen en este debate están dominadas por varones, y que se excluye a las
mujeres en esta toma de decisión. Los partidos políticos que contienden en el
presente proceso electoral de 2018 presentan plataformas electorales regresivas
en la materia, en el mejor de los casos una conveniente ambigüedad, las
sentencias de la Suprema Corte de la Nación también han sido de toma y daca,
hacen avanzar dos pasos y luego retroceder uno.
En los años 20 del
siglo XX comenzó la llamada revolución sexual que alcanzó su máxima expresión
en los sesenta, cuando se inventó la píldora anticonceptiva. Se suponía que eso
permitiría que al fin la mujer podría tener un mejor control sobre su propio
cuerpo, sin embargo, sigue imperando que el hombre se mantenga al mando, puesto
que a la fecha a la mujer se le niega la capacidad de conocer cómo funciona su
propio organismo, todavía hace unas décadas si la mujer le solicitaba al médico
que le colocara un dispositivo intrauterino (DIU) este se negaba o pedía que el
esposo estuviese de acuerdo, (quizás no quería verse amenazado por el marido).
Por cuestiones más bien económicas y por presión internacional, en México han
avanzado los programas de salud reproductiva, pero es alarmante el ascenso en
embarazos de alto riesgo por diabetes e hipertensión y en adolescentes, los
casos de cáncer de mama y cérvico-uterino, al final la se dice que una
madre-mujer-mártir se va derechito al cielo y es una superstición que sirve
para paliar la situación de rezago.
El que la mujer obtuviera el derecho al voto, ya muy
entrado el siglo XX, ha sido para reconocerla como ciudadana, sin embargo, el sufragio femenino que había sido
aprobado, varias veces fue revocado en distintos países del mundo. Como sea, es
común que actualmente las mujeres sean quienes más cumplen su deber ciudadano,
de tramitar su credencial para votar y luego de ir a emitir su sufragio el día
de la elección, pero hasta ahora no gozan de paridad en la asignación de
puestos de elección popular y cargos en la administración gubernamental en
general. En suma, se les sigue manteniendo a raya de la vida pública y no gozan
de sus derechos políticos a plenitud.
Como se puede
ver, en ésta breve historia, de la lucha de las mujeres y de los hombres, debe
ser para lograr una igualdad social, económica y sexual, para buscar una
sociedad más equilibrada y con un profundo respeto a todos los seres humanos,
pero que incluya también a las especies y al planeta mismo. Esta lucha pasa
inevitablemente por promover la superación de costumbres, mitos, creencias y valores
que van en contra de los derechos humanos, políticos, sexuales y reproductivos,
así como también las censuras, las intolerancias y la doble moral. La gran
lección de la historia es que las cosas no siempre fueron como las conocemos
ahora, y que seguramente no permanecerán iguales eternamente, nos hace dar
cuenta que para el devenir de los tiempos no existe el “nunca” ni el “siempre”,
nos invita a ser agentes de cambio, por lo menos en nuestra idea del mundo y
luego en la acción para transformar nuestro entorno.