El origen del término
lo encontramos en la mitología griega, en la que se reconocía como ninfas a
unas hermosas y jóvenes doncellas que habitaban en la naturaleza y atraían con
su belleza y sus cantos a los campesinos con la intención de seducirlos.
El vocablo fue
acuñado aproximadamente en el año 1800 por un psiquiatra, que como es de
suponer y acorde a su época que le tocó vivir, conocía muy poco sobre la
fisiología sexual femenina. Por aquellas fechas pululaba en los ámbitos médicos
la asociación patológica entre útero-histeria, a la vez que el deseo sexual
femenino asustaba a los hombres y la masturbación era considerada como pecado.
Entonces no es extraño que surgiese un término con connotaciones de enfermedad
y de prejuicio para censurar todos aquellos comportamientos “inadecuados” para
la mujer pues estaba creándose la imagen de que ellas eran seres asexuados.
A modo de
curiosidad histórica, cabe mencionar que ese supuesto trastorno fue citado en
el II Manual Diagnóstico de Enfermedades Mentales como una desviación sexual,
después en el Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de
Psiquiatría (American Psychiatric Association, APA), fue reconocida como una
dependencia sexual capaz de influir en la vida cotidiana de las personas, que
posteriormente fue eliminado y luego quedó bajo el rubro de impulso sexual
excesivo. Posteriormente fueron llamados sexo-adictos, hoy en día prevalece el
termino, con el nombre de hipersexuales. Lo cierto es que en la actualidad muy
poco profesionales hacen referencia a la palabra ninfomanía, quedando relegada
y arraigada en la memoria del pueblo.
De esta manera, en la cultura popular se conoce como
“ninfómana” a la mujer que tiene un insaciable apetito sexual, es decir, que
padece un deseo irrefrenable y compulsivo por tener cúpula, se utiliza para
referirse aquellas que se masturban o “sienten más deseo sexual que sus
maridos” pero que después del acto sexual quedan insatisfechas. Además, son
catalogadas como personas que no logran mantener una relación de pareja estable
por su mismo deseo que las hacen pasar de una relación a otra y/o varios
compañeros sexuales, no solo afectivos.
De esta forma, el concepto de ninfómana ha sido utilizado
como despectivo, pues no sucede lo mismo con el de sátiro, para el caso del
hombre, que según los griegos eran criaturas masculinas que acompañaban a Pan y
Dionisio por bosques y montañas con un desaforado apetito sexual. La impronta
negativa de la ninfomanía sigue arrastrando su pesado lastre de miedo y rechazo
al deseo sexual femenino aun en nuestros días. El que una mujer disfrute del
sexo no significa que lo sea o que padezca hipersexualidad, según Mignon
MacLaughlin “una ninfómana es una mujer tan obsesionada con el sexo, como
cualquier hombre promedio”, sin embargo, muchas mujeres viven con vergüenza, se
sienten culpables o molestas ante estas ideas que están presentes en la cultura
popular. El consenso entre quienes consideran la hipersexualidad un trastorno
es que el umbral se alcanza cuando el comportamiento causa incomodidad o impide
el funcionamiento social.
Actualmente se les denomina hipersexuales a quienes se
caracterizan por sobrepasar un determinado umbral del deseo sexual, pero es
aquí donde los sexólogos cuestionan sobre si puede existir tal umbral, ¿Cuál sería
la base para decidir en la frecuencia de estimulación? Ya que el deseo sexual varía
considerablemente en los humanos: lo que una persona considera un deseo sexual
“normal” para otro podría ser considerado como excesivo o insuficiente. Muchas
veces la comparación del desea se realiza respecto a la pareja, quien puede
percibir que tiene más deseo uno que del otro. Pero también esta el que muchos
hombres no entienden la función multiorgásmica de la mujer y la suponen con un
alto libido. Un caso desproporcionado y que exhibe el conservadurismo y el
prejuicio en nuestra sociedad fue cuando Martha Sahagún pidió el divorcio al
Vaticano argumentando que su primer esposo tenía una sexualidad exacerbada, se
le concedió y se casó por la iglesia con Vicente Fox. Pero también es
una cuestión de estereotipos, como en el caso contrario, que se cree que todos
los hombres solo piensan en sexo o que siempre deben estar disponibles para
tener sexo con cualquier mujer que se lo proponga. O que es raro que las
mujeres puedan desear tener relaciones sexuales pues en la época victoriana se
alentaba la idea de que ellas eran seres asexuados.
De esta manera,
muchas de ellas no disfrutan de las relaciones sexuales pensando que no deben
de parecer unas “locas” o “mujerzuelas” en las relaciones sexuales, mientras
algunos hombres sueñan con tener mujeres insaciables como en las películas.
Alrededor de la
sexualidad de las mujeres todavía existen muchas ficciones como que son
frígidas, que son más lentas en la excitación o en alcanzar un orgasmo, que el
hombre debe proporcionarles el orgasmo, que deben estar siempre dispuestas al
sexo con ellos y en exclusiva, totalmente entregadas en cuerpo, alma y mente.
La sexóloga
María Luisa Lerer cuestiona ¿Qué si son más lentas? ¿con referencia a quién?
Ella menciona que muchos estudios y referencias están basados en el varón, que
muchas de las veces son los propios esposos los que reportan que ellas tienen más
o menos deseos que ellos o que no quedan satisfechas sexualmente. La sexóloga
menciona que tal vez sea que a muchos hombres se les ha enseñado a eyacular
prontamente. A este respecto, el sexólogo Lucio David González, explica que en
los consultorios es mucho más común encontrar casos de mujeres que jamás han
podido satisfacerse, “tenemos una cultura en el que el hombre lo hace más
rápido y deja a la mujer viendo un chispero”. Ya que no se toma en cuenta lo
que le gusta a su conyugue.
De aquí la
importancia de una educación en este rubro para entender la sexualidad propia y
de las personas con quien se tiene interacción y es necesario dejar de usar
términos peyorativos, genitalizar, esquematizar a otros poniendo como dato
central la sexualidad o la idea de que nos tomamos de cómo debe ser esta.
Porque con ello hallamos relativa seguridad ante dudas, miedos e inseguridades
de nosotros mismos y quisiéramos obligar a que los demás reaccionen a la medida
de nuestras expectativas y ganas de tener poder y control sobre sus cuerpos.