miércoles, 15 de abril de 2020

Los hombres deben vivir la ternura


 El machismo es una palabra difícil de definir, pero si le preguntamos a cualquier mujer, esta lo habrá experimentado. Muchas mujeres justifican a los que tienen ideas y conductas machistas, “tiene el carácter fuerte”, “es brusco”, “ha tenido una infancia difícil” o bien “es muy exigente”.
El machismo es una forma de relacionarnos, por lo cual, en una sociedad subordinada a sus pautas, todos tendemos a reproducirlo y también todos somos víctimas de este.  De este modo, los hombres día con día deben demostrar que lo son, según las ideas preconcebidas al respecto, no solo en casa, sino también en la calle, en el trabajo, en lo público y en lo político.
Desde tempranas edades a los varones se les comienzan a reprimir sus emociones, con frases que seguramente habrás repetido simplemente porque las has escuchado, tales como, “los niños no lloran” “las niñas son las lloronas, ¿eres niña?” “estas haciendo a un niño faldero”, y en numerosas acciones se percibe que entre hombres no se abrazan, ni se tocan, existe un miedo terrible a volver a los hijos maricones, que no permiten que demuestren ternura, ese ámbito es reservado para las mujeres. Se permite expresar el amor a través de las vínculos económicos o monetarios, pero no con caricias, ni palabras de amor, ya que pueden ser cursis, incluso algunos hombres les cuesta trabajo besar, se llega al absurdo de aleccionar “no hay de dar ni todo el amor, ni todo el dinero”, se forjan así temperamentos díscolos, pichicatos, mezquinos, condicionantes y chantajistas. 
A cierta edad los niños empiezan a alejarse de los abrazos o gestos tiernos de la madre o mujeres, ya que eso es todavía sentirse bebés. Por otro lado, los padres van retirando los apapachos a los hijos, pero no a las hijas ya que para ellas eso parece ser apropiado. Sin embargo, continua en el imaginario, el temor a que sus hijos sean afeminados, si su padre les da muestras de cariño. Es por eso que los hombres tienen ese rechazo a la ternura, por homofobia. Recibir y prodigar ternura es acercarse peligrosamente a la homosexualidad, considerada equivocadamente como una feminización del hombre.
Es típico ver a los chicos adolescentes mostrarse violentos entre ellos, cada vez que pasan cerca de un camarada, lo tocan o le pegan, o tenderlos agredir de diferentes modos, bajarle los pantalones, por ejemplo. Siempre deben de mostrar un toque de agresividad para no verse vulnerables o ser avergonzados ante sus compañeros. La sociedad otorga un especial valor a la agresión arbitaria y cobarde, muchas veces anónima y fundida en la masa del grito “eeeeeh p….”, en los partidos de fútbol o reuniones familiares.
El amor debe ser viril, genital, fuerte, pasional, puede ser violento, posesivo y celoso, pero nunca sentimental o tierno para los hombres. Mientras que a la mujer se le educa en el amor romántico. La forma de expresar el deseo sexual en el hombre es abierto y directo, en cambio en la mujer lo expresa a través de sentimientos y fantasías románticas, adoptando una actitud infantiloide. Ellos lo expresan de manera explícita y gráfica, con exceso de detalles agresivos, mientras que ellas suelen hacerlo con pudor, demostrando su ternura de tipo maternal. 
Esto afecta la relación de pareja, pues al no saber cómo expresar la ternura en la interacción sexual o no quererlo hacer, eso se traduce en el ejercicio del poder y dominio, terminando en maltrato, en ser un acto violento. En varias ocasiones la educación sexual no la otorgan la familia u otras instituciones como la escuela, por lo que los hombres recurren a la pornografía y grupos de amigos, los cuales diseminan estereotipos que validan el abuso, recrean experiencias que no son ni éticas ni consensuadas y mucho menos dignificantes o placenteras en condiciones igualitarias, ya que se cosifica y devalúa a las mujeres.
En la pareja, cuando encontramos un hombre con capacidad de expresar sus afectos, se presenta a una mujer que se lo puede llegar a impedir o le reprueba a que lo haga. Es decir, estamos tan inmersos en un concepto de hombre que cuando éste no está cumpliendo esa condición se le recrimina.  
Intrínseco a la ternura es el respeto. Aparece cuando existe un reconocimiento de la libertad, voluntad y capacidad de decidir de la otra parte. No hay necesidad de posesión, sino una aceptación total de la otra persona y su circunstancia viéndola más allá de las etiquetas profesionales, culturales, económicas, raciales y religiosas.
Un ligero roce de la yema de los dedos en la mejilla, un beso suave, una mirada, unos dedos entrelazados…pueden quedarse en una escurridiza sensación que se diluye en la inmensidad del tiempo, a la vez que se convierte en un consuelo de por vida con tan solo evocar de nuevo ese encuentro de almas, esa caricia que desde la piel ha impregnado todo nuestro interior.
A veces uno toma conciencia de la falta de intimidad y ternura y de la ausencia de una persona con la que podemos contactar a ese nivel, cuando uno se reencuentra con su calidez y se da cuenta de lo mucho que necesitaba un abrazo o muestra de afecto.
Es un alto precio que se tiene que pagar no permitirse manifestar la ternura, entender que es un afecto positivo y hasta necesario que enriquece las relaciones interpersonales y les da un sentido sólido.
Se puede empezar con algunas de estas ideas para cultivar la ternura, como el acariciar, que es una de las grandes formas de expresarla, con un lenguaje no verbal, utilizamos el tacto, el suave contacto con la piel del otro, por encima de los prejuicios y de la intención inmediatamente carnal.
El mirar a los ojos en silencio, con la intención de percibir al otro más allá de lo aparente. Dejar aflorar ese niño que hemos ocultado para sobrevivir en un mundo de adultos. Abrazar la vulnerabilidad de los enfermos o ancianos reconociendo en ellos la propia fragilidad. Emocionarse con la belleza del arte, en todas sus expresiones, como la música, el cine, teatro, danza, poesía.
Los hombres debemos de darnos el permiso de vivir la ternura, lo que implicaría que habrá que sembrarla y cultivarla. 
Cada hombre tiene la capacidad de decidir si está de acuerdo con los patrones de conducta impuestos, o bien, prefiere vivir su masculinidad de manera diferente, de tal manera que no hay una, sino muchas masculinidades.


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