El
machismo es una palabra difícil de definir, pero si le preguntamos a cualquier
mujer, esta lo habrá experimentado. Muchas mujeres justifican a los que tienen
ideas y conductas machistas, “tiene el carácter fuerte”, “es brusco”, “ha
tenido una infancia difícil” o bien “es muy exigente”.
El
machismo es una forma de relacionarnos, por lo cual, en una sociedad subordinada
a sus pautas, todos tendemos a reproducirlo y también todos somos víctimas de
este. De este modo, los hombres día con día
deben demostrar que lo son, según las ideas preconcebidas al respecto, no solo
en casa, sino también en la calle, en el trabajo, en lo público y en lo político.
Desde
tempranas edades a los varones se les comienzan a reprimir sus emociones, con
frases que seguramente habrás repetido simplemente porque las has escuchado,
tales como, “los niños no lloran” “las niñas son las lloronas, ¿eres niña?”
“estas haciendo a un niño faldero”, y en numerosas acciones se percibe que
entre hombres no se abrazan, ni se tocan, existe un miedo terrible a volver a
los hijos maricones, que no permiten que demuestren ternura, ese ámbito es
reservado para las mujeres. Se permite expresar el amor a través de las
vínculos económicos o monetarios, pero no con caricias, ni palabras de amor, ya
que pueden ser cursis, incluso algunos hombres les cuesta trabajo besar, se
llega al absurdo de aleccionar “no hay de dar ni todo el amor, ni todo el
dinero”, se forjan así temperamentos díscolos, pichicatos, mezquinos,
condicionantes y chantajistas.
A
cierta edad los niños empiezan a alejarse de los abrazos o gestos tiernos de la
madre o mujeres, ya que eso es todavía sentirse bebés. Por otro lado, los
padres van retirando los apapachos a los hijos, pero no a las hijas ya que para
ellas eso parece ser apropiado. Sin embargo, continua en el imaginario, el
temor a que sus hijos sean afeminados, si su padre les da muestras de cariño.
Es por eso que los hombres tienen ese rechazo a la ternura, por homofobia.
Recibir y prodigar ternura es acercarse peligrosamente a la homosexualidad,
considerada equivocadamente como una feminización del hombre.
Es
típico ver a los chicos adolescentes mostrarse violentos entre ellos, cada vez
que pasan cerca de un camarada, lo tocan o le pegan, o tenderlos agredir de
diferentes modos, bajarle los pantalones, por ejemplo. Siempre deben de mostrar
un toque de agresividad para no verse vulnerables o ser avergonzados ante sus
compañeros. La sociedad otorga un especial valor a la agresión arbitaria y
cobarde, muchas veces anónima y fundida en la masa del grito “eeeeeh p….”, en
los partidos de fútbol o reuniones familiares.
El
amor debe ser viril, genital, fuerte, pasional, puede ser violento, posesivo y
celoso, pero nunca sentimental o tierno para los hombres. Mientras que a la
mujer se le educa en el amor romántico. La forma de expresar el deseo sexual en
el hombre es abierto y directo, en cambio en la mujer lo expresa a través de
sentimientos y fantasías románticas, adoptando una actitud infantiloide. Ellos
lo expresan de manera explícita y gráfica, con exceso de detalles agresivos,
mientras que ellas suelen hacerlo con pudor, demostrando su ternura de tipo maternal.
Esto
afecta la relación de pareja, pues al no saber cómo expresar la ternura en la interacción
sexual o no quererlo hacer, eso se traduce en el ejercicio del poder y dominio,
terminando en maltrato, en ser un acto violento. En varias ocasiones la
educación sexual no la otorgan la familia u otras instituciones como la
escuela, por lo que los hombres recurren a la pornografía y grupos de amigos, los
cuales diseminan estereotipos que validan el abuso, recrean experiencias que no
son ni éticas ni consensuadas y mucho menos dignificantes o placenteras en
condiciones igualitarias, ya que se cosifica y devalúa a las mujeres.
En
la pareja, cuando encontramos un hombre con capacidad de expresar sus afectos,
se presenta a una mujer que se lo puede llegar a impedir o le reprueba a que lo
haga. Es decir, estamos tan inmersos en un concepto de hombre que cuando éste
no está cumpliendo esa condición se le recrimina.
Intrínseco a la ternura es el respeto. Aparece
cuando existe un reconocimiento de la libertad, voluntad y capacidad de decidir
de la otra parte. No hay necesidad de posesión, sino una aceptación total de la
otra persona y su circunstancia viéndola más allá de las etiquetas
profesionales, culturales, económicas, raciales y religiosas.
Un ligero roce de la yema de los
dedos en la mejilla, un beso suave, una mirada, unos dedos entrelazados…pueden
quedarse en una escurridiza sensación que se diluye en la inmensidad del
tiempo, a la vez que se convierte en un consuelo de por vida con tan solo
evocar de nuevo ese encuentro de almas, esa caricia que desde la piel ha
impregnado todo nuestro interior.
A veces uno toma conciencia de la
falta de intimidad y ternura y de la ausencia de una persona con la que podemos
contactar a ese nivel, cuando uno se reencuentra con su calidez y se da cuenta
de lo mucho que necesitaba un abrazo o muestra de afecto.
Es un alto
precio que se tiene que pagar no permitirse manifestar la ternura, entender que
es un afecto positivo y hasta necesario que enriquece las relaciones
interpersonales y les da un sentido sólido.
Se puede
empezar con algunas de estas ideas para cultivar la ternura, como el acariciar,
que es una de las grandes formas de expresarla, con un lenguaje no verbal,
utilizamos el tacto, el suave contacto con la piel del otro, por encima de los
prejuicios y de la intención inmediatamente carnal.
El mirar a
los ojos en silencio, con la intención de percibir al otro más allá de lo
aparente. Dejar aflorar ese niño que hemos ocultado para sobrevivir en un mundo
de adultos. Abrazar la vulnerabilidad de los enfermos o ancianos reconociendo
en ellos la propia fragilidad. Emocionarse con la belleza del arte, en todas
sus expresiones, como la música, el cine, teatro, danza, poesía.
Los hombres debemos de darnos el permiso de vivir la ternura, lo
que implicaría que habrá que sembrarla y cultivarla.
Cada hombre tiene la capacidad de decidir si está de acuerdo
con los patrones de conducta impuestos, o bien, prefiere vivir su masculinidad
de manera diferente, de tal manera que no hay una, sino muchas masculinidades.
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