Muchas
madres (solteras o casadas), que tuvieron que trabajar, decidieron encomendarles
a sus hijos que participaran en las labores domésticas. Generalmente, entre
todos, ya sea hijas o hijos, tenían que aprender las diversas tareas de
limpieza que demanda una casa, las cuales eran repartidas indistintamente, ó
aún mejor, de forma consensuada. Bajo el principio de forjar hijos
independientes y responsables, éstos aprendieron a lavar, planchar, limpiar,
cocinar, en fin, lo necesario para tener una existencia sana y un casa limpia y
ordenada. Como resultado, aunque no se hiciera de forma expresa, esto propició la
valoración del trabajo de las amas de casa, regularmente invisibilizado y
otorgarle un lugar más digno. A los que nos tocó una educación así, ahora nos
parece algo mucho más positivo que, lo que quizá un niño pudiera discernir sin
tener dicho encauzamiento, ya que sin duda optaría por dedicarse solamente a
sus juegos y distracciones.
Alguna
de estas madres vivieron bajo una familia tradicional, es decir, machista, donde
fueron educadas para servirle al hermano, tenerle miedo más que respeto a los
hombres. No obstante, siguiendo muchas veces el razonamiento intuitivo y
sentido de justicia de que hombres y mujeres son iguales, alentaron a sus hijas
a estudiar, para que no tuvieran que depender de un hombre que las llegase a
maltratar, ya sea física o psicológicamente. Hasta hace relativamente poco
tiempo el feminismo pasaba inadvertido, si bien se le sigue denostando con
expresiones peyorativas como la de “feminazis”, antes era considerado mucho
menos que una doctrina exótica, propia de una élite ilustrada, ajena a la
realidad cotidiana de la mayoría de las mujeres. Inevitablemente, la realidad
social y las ideas han evolucionado a favor del adelanto de las mujeres.
Por lo
mismo, es muy importante reconocer que en aquellos años, en esas situaciones
primigenias, las mujeres llegaran a ponerse de acuerdo con sus esposos sobre el
cambio de patrones de crianza de sus hijos, en cuanto a las labores de casa,
incluso eran apoyadas por ellos de forma espontánea. Sin embargo, la presión
familiar machista ha sido pertinaz, estas experiencias eran criticadas por
ambas familias, y en algunos casos por este motivo hubo una regresión a los
antiguos patrones del patriarcado.
Aún así,
otras familias lograron continuar con su cambio, motivadas por buscar el amor
entre sus miembros, ya que ello es indispensable para ser felices, y porque bajo
el amor, florece el respeto, la lealtad, la honestidad y un bienestar común. La
lección de vida va más allá al modo de “Enséñale
a tu hijo independencias domesticas para que no sea un inútil, sea
independiente y que busque una esposa y no una sirvienta”.
Hace
años, las feministas han puesto los ojos en los estudios de género,
para plantear nuevas formas de crear un mundo más corresponsable y empático. Es
muy comprensiblemente han sido ellas, las mujeres, quienes más han impulsado el
debate de género, ya que al fin y al cabo ellas han sido mas oprimidas por sus
restricciones que los varones que gozan de privilegios. En contraste, desde la
mirada del privilegio, se da por sentado que cualquier hombre por el simple
hecho de serlo, ha recibido una educación en la cual tiene más ventajas que una
mujer, no importa si este es homosexual, transgénero, indígena, simplemente por
ser varón, aunque éste también sufra de una discriminación ante otros hombres.
Por lo
anterior, este contexto en el que muchas injusticias se han visibilizado y
otras abatido, hace más evidente que si bien las mujeres han tenido un proceso
de autoconocimiento y empoderamiento, en cambio, la figura masculina no ha tenido
muchos avances, sigue arrastrando tremendos lastres.
Tal vez
Grayson Perry tenga razón al mencionar que el pensamiento de la mayoría de los
hombres es “no lo arregles si no está
roto”, no hagas nada si no hay problema. Pues visto desde la mirada de un
privilegio, no consideran que deba haber cambios, y si bien como dice Perry, “el hombre ha gobernado gran parte de nuestro
mundo por mucho tiempo y ha hechos muchas cosas bien, sin embargo, ya es tiempo
que renuncie a su hegemonía”.
¿Cuántas
veces has querido llegar a un acuerdo con un hombre y este se enoja, te grita o
te evade? Y es que los hombres machistas no toleran ser contrariados, y en
muchas ocasiones se niegan a escuchar opiniones distintas. Esto suele
manifestarse como necedad, "no me
importa lo que piense la gente", hastío, "ya sé lo que vas a decir", o bajo la forma de un autoritarismo
simple, "yo soy el que manda aquí".
Se pierde mucho tiempo en decir no, antes que explorar cómo sí. Esta
incapacidad de asimilar, o de imaginar siquiera, otros puntos de vista tienen
consecuencias personales y sociales inmensas.
En
primer lugar, cancela toda posibilidad de negociación, si la opinión ajena es
irrelevante, entonces el único propósito de todo diálogo es convencer al otro
de la opinión propia. Por ello es inútil discutir con una persona machista, sus
razonamientos "lógicos" se reducen a una mera reiteración de su punto
de vista inicial. En este sentido, la falta de empatía impide la resolución de
los conflictos interpersonales. Asimismo, genera malentendidos continuos, la
persona que no escucha interpreta equivocadamente a los demás con enorme
frecuencia, lo más irónico es que los machistas acaban por no escucharse a sí
mismos y a seguir solo sus arrebatos.
Además,
los machistas tienden a considerar el desacuerdo como una ofensa, en una
formulación clásica, "si no estás
conmigo es que estás en mi contra". Por todo ello, el machismo
contribuye a una agresividad generalizada e innecesaria, al convertir
sistemáticamente las diferencias en conflictos.
En
segundo lugar, esta dificultad para ponerse en el lugar de los demás inhibe la
cooperación. Si uno considera, o espera, tener siempre la razón, el trabajo en
equipo se vuelve prácticamente imposible. Si el punto de vista de los demás es
irrelevante, entonces lo único que queda es imponerse a ellos. Y si todos, o
varios, integrantes de un grupo de trabajo o de estudio están acostumbrados a
pensar así, entonces pasarán sus reuniones disputándose el liderazgo en lugar
de dedicarse a la tarea común. Podemos observar estas dinámicas muy a menudo en
nuestra sociedad, cuando varias personas intentan integrar un equipo o llevar a
cabo un proyecto compartido. Esto conduce a la pérdida de oportunidades, ya que
a los hombres se les inculca a “jugarse
el todo por el todo”, o bien a manejarse con el “si no ha de ser de mí que no sea de nadie”, cuando en realidad la
vida ofrece muchas posibilidades para que todos y cada uno mejoremos sin que
ello implique aminorar el bienestar de los demás.
En
tercer lugar, considerar que los deseos, las necesidades, los sentimientos y
pensamientos propios son los únicos importantes, prácticamente excluye la
posibilidad de subordinarse al bien común. Si lo único que cuenta es la
comodidad personal, entonces no hay ninguna razón para no estacionarse en doble
fila, tirar basura en los lugares públicos o prender el estéreo a todo volumen
a las tres de la mañana. La imposición de los intereses propios sobre los de
los demás es un corolario de la incapacidad para postergar la gratificación,
controlar los impulsos y tomar en cuenta la situación de los demás. El machismo
promueve toda esta constelación de conductas y actitudes, y constituye por lo
tanto un serio obstáculo al desarrollo de la conciencia cívica en nuestra sociedad
y al reconocimiento de los otros, de la otredad.
Retomando a Grayson, la masculinidad podría ser
una camisa de fuerza que está impidiendo a los varones a ser ellos mismos, a
plenitud, y en su afán de dominio se están descuidando aspectos esenciales de
su propia humanidad. En esa lucha por querer ser masculinos, podrían estar
impidiendo que su Yo sea más feliz. Sin embargo, cada hombre tiene la capacidad
de decidir si está de acuerdo con los patrones de conducta impuestos, o bien,
prefiere vivir su masculinidad de manera diferente, de tal manera que no exista
una, sino muchas masculinidades.
Los
varones tienen que vencer muchos de sus propios monstruos y tomar conciencia de
que antes de temer de otros, debe temer de sí mismos.
Creo que
la diversidad en el poder puede mejorar la sociedad, equilibrar las cosas y
oxigenar las reglas del juego. La presencia de mujeres y las minorías logran
que en las decisiones sociales pesen experiencias vitales muy distintas.
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