En la antigüedad, cuando alguien repetía un nombre dos veces
seguidas significaba “te quiero decir algo importante” ponme atención.
En la actualidad, muchas veces, sentimos que no se nos pone
la atención debida, cuando estamos hablando con alguien y anda viendo o
haciendo algo; y es que la mayoría de
las veces se requiere del lenguaje corporal del otro, como el buscar el
contacto ojo a ojo, una palabra, asintiendo, sonriendo o con gestos similares, para
tener la certeza que nos están escuchando. Si bien, escuchar es un acto libre,
voluntario y consciente, que tiene como propósito comprender e implicarse con el
otro y que no es lo mismo que oír,
porque este es un acto involuntario. Se refiere a percibir sonidos, los cuales
durante todo el día los estamos oyendo, como las alarmas, el claxon, los ladridos,
los motores, etcétera.
Cuando nos sentimos escuchados experimentamos bienestar, y
es que es un gozo saberse escuchado con atención y respeto. Todos queremos ser
escuchados, sin embargo, el frenético ritmo de vida que llevamos nos dificulta
la práctica de la escucha, y no sólo por razones externas, sino también por
razones internas. No es fácil escuchar, pues hacerlo conlleva todo un proceso. No
basta con saber hablar, hay que también saber escuchar, porque escuchar es ser
validados, es un acto de amor, por lo cual es importante aprender a escuchar lo
que dice el otro.
Muchas veces cuando alguien nos habla, lo interrumpimos e inmediatamente
comenzamos a suponer lo que va a exponer y no permitimos que termine de
explicar lo que quiere decir. No hay dialogo cuando queremos que prevalezca
nuestra posición frente a la del otro. Muchas veces, escuchamos cuando estamos tan metidos en nuestro propio ruido
interno, (en nuestros pensamientos) y eso evita ponernos en contacto con el
otro. Tampoco escuchan cuando no están interesadas en esta interrelación
personal, es decir, que si en una
relación no te importa cómo se siente la otra persona, pues no habrá
comunicación. Muchas veces armamos una historia que eventualmente no tiene nada
que ver con lo que en realidad sucedió.
Se suele decir que la gente, en especial los hijos “no
escuchan”, cuando se les dice que hacer, pero aquí cabría la posibilidad de
analizar si lo que queremos es que nos escuchen o que nos obedezcan.
Definitivamente después de escuchar, se puede dar una
opinión con amabilidad, pero eso no implica necesariamente que se seguirá el
consejo. También se puede dar un abrazo o alguna señal que retroalimente la
comunicación. A veces el silencio permite reflexionar sobre lo que la otra
persona ha dicho, aunque pueda parecer incómodo.
Pero hay veces que ni a nosotros mismos nos escuchamos, lo
cual significa que estamos pensando en voz alta, esto nos ayuda a reflexionar, y es que cuando hablamos con el
otro nos reconocemos, nos auto explicarnos, y al momento de hacerlo nosotros mismo estamos
dando una solución.
Platicar, dialogar con otros nos ayuda a humanizar nuestras
relaciones y de entender que puede haber diferencias las cuales son comunes y
positivas para llegar a un acuerdo.
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