martes, 26 de junio de 2018

LA INVENCION DE LA CULTURA HETEROSEXUAL.


“Si lo fuera, seguramente estaría orgulloso de ello (ser gay) como de ser cualquier otra cosa. Mientras seas una buena persona, la orientación sexual o cosas como esas son totalmente irrelevantes. Paul Stanley 
La reina Isabel de Castilla presumía que solo se había bañado dos veces en su vida, la primera, cuando cumplió 18 años y la segunda un día antes de su matrimonio. Efectivamente la gente apestaba debido a la falta de aseo, esto debido a que el cristianismo quitó mucho de los rituales de aseo y limpieza por considerarlos un lujo innecesario, además que incitaban al pecado. Los médicos y sacerdotes afirmaban que el baño debilitaba los órganos y la mugre protegía de enfermedades.
Esto nos puede parecer algo inadmisible en pleno siglo XXI cuando actualmente es una práctica cotidiana el baño diario, parece imposible pensar que antiguamente no fuera así. De la misma manera quienes creen que los homosexuales, las lesbianas, los travestis y demás son una ocurrencia o moda de los tiempos modernos están más que equivocados, ignoran la historia y al hacerlo dejan de lado esta parte de la realidad. Desde que el mundo es mundo hay seres humanos que se sienten atraídos física, erótica y afectivamente por personas de su mismo sexo.
El mundo que nos rodea está gobernado por el ideal de la pareja heterosexual. Puesto que se trata de una superioridad invisible que da por asentado su carácter “natural”. Los cuentos infantiles; las redes sociales; las revistas; el cine; la televisión; la publicidad; las charlas con familiares o amigos, compañeros de trabajo y colegas; así como las canciones populares suelen reafirmar esta postura ya sea más implícita o explícitamente.
Louis-Georges Tin, en su libro “La Invención de la Cultura Heterosexual”, demuestra que la pareja hombre-mujer no siempre ha ocupado ese lugar privilegiado en las representaciones culturales y relaciones sociales. En occidente, esta jerarquización comenzó en el siglo XII con el desarrollo del amor cortés, pero los sectores dominantes como la iglesia y la nobleza, no cesaron de desarrollar estrategias de resistencia, que en su oportunidad incluso recurrieron a la ciencia médica. Costó mucho para que el pueblo aceptara la imposición de nuevas ideas sobre la sexualidad.
En la antigüedad la mujer era vista como una criatura de baja categoría e imperfecta, por lo cual el hombre solo era comparable con otro igual, y entonces, las relaciones entre hombres eran permitidas. Por lo cual, tanto en Grecia como en Roma la bisexualidad y la homosexualidad no eran un asunto de esconderse, secreto o de repudio, como ejemplo se encuentra la isla de Lesbos. En realidad, en muchas culturas, los contactos de hombres con hombres han sido permitidas. Una rápida mirada a la historia muestra que la homosexualidad ha existido en todas las civilizaciones tanto en Oriente como Occidente, en el Norte o en el Sur, entre los chinos y los japoneses; entre los mochicas, los quechuas y los aztecas; y qué decir de los griegos y los romanos quienes glorificaron la homosexualidad en la literatura.
Al principio de la edad media, todavía los europeos disfrutaban de una libertad sexual extraordinaria. Louis-Georges señala que “la imagen del caballero medieval como personaje cortés, casto, respetuoso y auxiliador de las damas en peligro, es una ficción creada por los re-escritores cristianos y victorianos de la historia”, ya que indudablemente la primera idea que les pasaba a los caballeros por la cabeza al ver una mujer en apuros era violarla. A su vez, muchos de los caballeros lo que buscaban era obtener los favores del Rey. El autor demuestra cómo la iglesia daba premios a todo lo que favoreciera este cambio de paradigma de hombre-hombre a hombre-dama, en un contexto lleno de contradicciones, que, si bien los miembros del clero promovían la monogamia, ellos mismos nunca la respetaban.
Con la preponderancia del pensamiento cristiano en Occidente se instaló en la moral diaria el repudio a la concupiscencia de la carne, dictado por el sexto mandamiento de la Iglesia Católica. A partir de la edad media alta, es cuando se empieza a juzgar a la homosexualidad y es proscrita como práctica sexual, que evidentemente no desapareció, sino que se hizo pecaminosa. La diseminación de los puntos de vista judeo-cristianos obligó a que la homosexualidad se volviera clandestina, por lo que en 1535 definitivamente se prohibió la homosexualidad por parte de Enrique VIII. Esta prohibición perduró al paso de los siglos, consolidándose en la visión oficial de la iglesia y en la hipocresía victoriana que ordenó el encarcelamiento de Óscar Wilde, acusado de sodomía ante su declarada práctica de la homosexualidad. Dicha herencia persiste hasta nuestros días en varios países que alguna vez formaron parte del Imperio Británico, como Jamaica y Trinidad y Tobago, en donde aún es ilegal tener una orientación diferente a la heterosexual, lo que contrasta con los avances de aceptación en Reino Unido, la entonces metrópoli.
A finales del siglo XIX la homosexualidad empezó a descriminalizarse en Occidente, si bien para ser catalogada como enfermedad, pues estaba incluida en los manuales de psiquiatría como un trastorno mental más. Y, como otros problemas psiquiátricos, se pensaba que esta "alteración de la conducta" podía curarse con diversas terapias y tratamientos. La investigación científica y el paso de los años se han encargado de desmentir estas ideas. En 1971 la Asociación Estadounidense de Psicología (APA) la retira de su lista de enfermedades mentales y emocionales. Para 1989, la Organización Mundial de la Salud la elimina también. Aunque la comunidad científica internacional reconoce que no se puede considerar una enfermedad, hay personas que, contradiciendo a la ciencia, siguen pensando que se trata de un trastorno.
 Han existido importantes mujeres y hombres que han hecho grandes aportaciones a la humanidad, independientemente de su condición no heterosexual, unos cuantos exponentes son Sally Kristen Ride, primera mujer en viajar al espacio exterior; Alejando Magno, ensalzado como el más grande de los conquistadores; la poetisa Safo; los pintores y escultores Leonardo da Vinci y Miguel Ángel; Michel Foucault, historiador, psicólogo, teórico social y filósofo francés; Rita Mae Brown novelista y líder del movimiento de liberación femenina; Alexander von Humboldt, geógrafo, astrónomo, humanista, naturalista y explorador alemán.
Ahora bien, no tenemos que ser mujeres u hombres connotados para ser aceptados en cuanto a la forma en cómo vivimos nuestra sexualidad o en quién depositamos nuestros afectos. Tampoco estamos obligados a seguir los designios de una expectativa o condicionamiento social de “feminidad” y “hombría”, sobre todo porque los derechos humanos y sexuales gozan actualmente de la sana separación entre las esferas de la vida pública y privada y entre la iglesia y el Estado, y son tutelados en países como el nuestro por leyes que previenen y sancionan la discriminación. Aún más, tampoco tenemos que tener nosotros mismos una orientación diferente a la heterosexual, ni tener familiares o amigos con esta condición, para poder entender, respetar y dar un trato digno y solidario y evitar hacer distingos, burlas o agresiones sobre esta base. Al final, aceptar la diferencia es liberador, porque nos compromete a aceptar que todos y todas somos iguales ante la Ley, y al mismo tiempo, que lo único que es estrictamente igual entre un ser humano y otro es que es único e irrepetible y que esa diversidad merece ser valorada y cada quien reconocido en su individualidad.

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