Las
palabras tienen la enorme función de comunicar, de transmitir ideas, amor, órdenes,
etc., pero también tienen la facilidad de insultarnos o de menospreciarnos. Si
bien, se dice que tenemos un lenguaje machista donde las palabras en masculino
se destacan por cualidades positivas, mientras que sus homónimas en femenino
pueden llegar a equivaler hasta 'prostituta'. Ejemplo de ello son las
siguientes: un hombre público es un
personaje prominente, el perro puede ser el mejor amigo del hombre, un hombre
de la vida puede ser un varón de gran experiencia, un hombrezuelo puede ser
alguien insignificante, golfo puede ser una parte de mar extenso o un pillo,
pero si estas palabras se usan para la mujer llevan una connotación insultante
equivalente a prostituta. No es posible imaginar que una mujer pueda gozar de su sexualidad porque inmediatamente
se le juzga y se le condena.
Otras palabras tienden a descalificar o
hacer valer menos a las mujeres como es el caso de la mujer soltera que se les
considera una “quedada”, “que ya se le fue el tren”, “que es una amargada”; que
si es feminista, es una lesbiana. Si es la suegra es una bruja metiche. Que si
es una atrevida, es una mal educada o insolente, hasta si se piensa en heroína
salta a la mente una droga.
Pero no solamente incluye a mujeres,
también los hombres son avergonzados con palabras como: homosexual, puto,
enfermo sexual, lujurioso, depravado, morboso, insensible, en fin palabras que
lo descalifiquen como hombre. Pero no solamente pueden ser este tipo de
palabras, a veces tiene que ver la entonación con que se dicen o con lo que se
asocian. Una mujer me comento que odiaba que le dijeran “princesita” pues su
exmarido la utilizaba para como insulto o bien después de nombrarla venían los
golpes.
También los apodos pueden ser utilizados para
menospreciar a las personas, esto es muy común en las escuelas o centros de
trabajo. Vamos etiquetando a las personas, como el “piojoso” “la morbosa”, etcetera,.
Los esposos llegan a ponerles sobrenombres peyorativos como “la pelos” o “mipeoresnada”.
Indudablemente las palabras están
enmarcadas por una entonación y tienen que ver con ganas de insultar, de
ofender a alguien donde más le duele. Muchas veces las decimos cuando estamos
enojados con alguien o incluso estas las van trasmitiendo de madres a hijas.
Que al insultar a sus hijas que son unas “huevonas” unas “prostitutas”, “que no
valen nada” “sucias”, “pecadoras” “pendejas” y esas palabras las repiten tanto
que uno termina por creérselas.
En algunos casos son tácticas para tener
poder o control sobre otra persona, pues al decirles que son unas feas, que
quien se va a fijar en ellas, que no sirven ni para hacer el amor, o cuando son
ellas las que tienen alguna iniciativa
sexual el primer insulto que se les ocurre es ¿quién te enseño? O si les dicen
que están embarazadas, ¿quién es el padre? Haciendo tanto daño a la estima y poco a poco abre los caminos que nos
llevan a la depresión.
Habría que comenzar a quitarle la importancia o la
fuerza a esas esas palabras que nos
hacen daño. El sociólogo y antropólogo Pierre Boudrieu, en su libro la
Dominación Masculina plantea como está construida la sociedad para que se
reproduzca esta dominación a partir del mecanismo de violencia simbólica,
menciona que las personas que la sufren coinciden ideológicamente con la
persona que las está violentando, es decir, se creen merecedoras de esa
violencia, en otras palabras, se la creen.
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