viernes, 29 de junio de 2018

QUE SE LLEVE AL VIENTO, LAS PALABRAS


 Las palabras tienen la enorme función de comunicar, de transmitir ideas, amor, órdenes, etc., pero también tienen la facilidad de insultarnos o de menospreciarnos. Si bien, se dice que tenemos un lenguaje machista donde las palabras en masculino se destacan por cualidades positivas, mientras que sus homónimas en femenino pueden llegar a equivaler hasta 'prostituta'. Ejemplo de ello son las siguientes: un  hombre público es un personaje prominente, el perro puede ser el mejor amigo del hombre, un hombre de la vida puede ser un varón de gran experiencia, un hombrezuelo puede ser alguien insignificante, golfo puede ser una parte de mar extenso o un pillo, pero si estas palabras se usan para la mujer llevan una connotación insultante equivalente a prostituta. No es posible imaginar que una mujer pueda  gozar de su sexualidad porque inmediatamente se le juzga y se le condena.
Otras palabras tienden a descalificar o hacer valer menos a las mujeres como es el caso de la mujer soltera que se les considera una “quedada”, “que ya se le fue el tren”, “que es una amargada”; que si es feminista, es una lesbiana. Si es la suegra es una bruja metiche. Que si es una atrevida, es una mal educada o insolente, hasta si se piensa en heroína salta a la mente una droga.
Pero no solamente incluye a mujeres, también los hombres son avergonzados con palabras como: homosexual, puto, enfermo sexual, lujurioso, depravado, morboso, insensible, en fin palabras que lo descalifiquen como hombre. Pero no solamente pueden ser este tipo de palabras, a veces tiene que ver la entonación con que se dicen o con lo que se asocian. Una mujer me comento que odiaba que le dijeran “princesita” pues su exmarido la utilizaba para como insulto o bien después de nombrarla venían los golpes.
 También los apodos pueden ser utilizados para menospreciar a las personas, esto es muy común en las escuelas o centros de trabajo. Vamos etiquetando a las personas, como el “piojoso” “la morbosa”, etcetera,. Los esposos llegan a ponerles sobrenombres peyorativos como “la pelos” o “mipeoresnada”.
Indudablemente las palabras están enmarcadas por una entonación y tienen que ver con ganas de insultar, de ofender a alguien donde más le duele. Muchas veces las decimos cuando estamos enojados con alguien o incluso estas las van trasmitiendo de madres a hijas. Que al insultar a sus hijas que son unas “huevonas” unas “prostitutas”, “que no valen nada” “sucias”, “pecadoras” “pendejas” y esas palabras las repiten tanto que uno termina por creérselas.
En algunos casos son tácticas para tener poder o control sobre otra persona, pues al decirles que son unas feas, que quien se va a fijar en ellas, que no sirven ni para hacer el amor, o cuando son ellas las que  tienen alguna iniciativa sexual el primer insulto que se les ocurre es ¿quién te enseño? O si les dicen que están embarazadas, ¿quién es el padre? Haciendo tanto daño a la  estima y poco a poco abre los caminos que nos llevan a la depresión.
Habría  que comenzar a quitarle la importancia o la fuerza a esas  esas palabras que nos hacen daño. El sociólogo y antropólogo Pierre Boudrieu, en su libro la Dominación Masculina plantea como está construida la sociedad para que se reproduzca esta dominación a partir del mecanismo de violencia simbólica, menciona que las personas que la sufren coinciden ideológicamente con la persona que las está violentando, es decir, se creen merecedoras de esa violencia, en otras palabras, se la creen.


No hay comentarios:

Publicar un comentario