miércoles, 1 de agosto de 2018

¿INSTINTO MATERNAL O LA NECESIDAD DE ESA APOLOGIA?


Un instinto se define biológicamente como una pauta hereditaria de comportamiento, como una característica que sea común a toda la especie sin excepciones, es automático y repetitivo, razón por la cual resulta muy difícil de hablar de instintos en el ser humano. Según las teorías de Sigmund Freud, el ser humano carecería de instintos, y en su lugar tendría lo que se denomina pulsiones. Las pulsiones humanas fundamentales serían Eros (que engloba las de auto conservación y las sexuales, pulsión de vida) y la Tanathos (pulsión de muerte).
En los animales se pueden apreciar los instintos, por ejemplo: Un chimpancé hembra, aun estando en cautiverio, en pleno alumbramiento, hace paso a paso lo que debe de hacer para que nazca su cría, por ejemplo, comerse la placenta, cortar el cordón umbilical, amamantar, etcétera. En cambio, una mujer, en lugar de activar ese mecanismo, se convierte en un montón de dudas y miedos, generalmente, necesitará de otra persona para el alumbramiento, al menos que haya tenido una experiencia previa. En un estudio que realizo Irène Lêzine junto con un amplio grupo de especialistas en guarderías y hospitales en Francia, observó, que a las madres primerizas se les debe de enseñar cómo alimentar al bebe, puesto que muchas de ellas no tenían la postura correcta para cargarlo y brindarle el pezón, con lo cual tendían a asfixiarlo, ante esto ellas suponían que su bebe rechazaba el pecho.
Elizabeth Badinter a lo largo de su libro “¿Existe el Amor Maternal?” señala que en Francia y quizá en toda Europa, se presentó un alto índice de mortalidad infantil, a mediados del siglo XVIII, por lo que en primera instancia el Estado Francés se hizo cargo de los niños, siendo este el responsable de alimentarlos y cuidarlos, no obstante, con el tiempo, se consideró que resultaba más barato que las madres se ocuparan del cuidado de los infantes, y para lo cual se hizo un llamado a las mujeres para que cumpliesen su función.
La autora apunta que el Estado recurrió a diversos discursos políticos para convencerlas que se ocupasen personalmente de sus hijos. No fue fácil que las mujeres aceptaran los discursos insistentes y reiterativos relativos al papel de madre. Por ello, los alegatos de los funcionarios, fieles a la supremacía machista, tuvieron que apelar a las ciencias naturales, justificando la existencia de un denominado “instinto” maternal. Varios años tuvieron que transcurrir para que las mujeres y la sociedad en general aceptaran estos alegatos, formulados por varios pensadores como Roseau y Freud, que en el extremo buscan hacer sentir responsables y culpables a las madres hasta de la felicidad o infelicidad de sus hijos.
En este sentido, Badinter afirma que el instinto en cuestión no existe, sino que más bien es un comportamiento social e histórico que varía según las épocas y las costumbres, pero que ha quedado arraigado universalmente en las mujeres y que socialmente se pretende que este aparezca en el momento en que ella da a luz, pero apunta, que más bien se trata de un sentimiento humano, incierto, frágil e imperfecto, contrariamente a las ideas recibidas.
Norma Ferro en su libro “El Instinto Maternal o la Necesidad de un Mito” plantea que esto se trata de una de las ideas sólidamente más asentadas en nuestra cultura y es una de las expresiones de la dominación de la mujer, cuya femineidad queda reducida en virtud a la supuesta inclinación innata a la maternidad, bajo la idea de que una mujer no está completa hasta que no es madre. Según lo sostenido por la autora, la idea del instinto niega a la mujer la posibilidad del deseo, y por ende de autodeterminación. A su vez, la noción del instinto se desploma si tomamos en cuenta que a los hijos no se les planifica y quiere por instinto sino por amor y en función de un proyecto de vida; que no todas las mujeres tienen o sienten la necesidad de ser madre; y, los crecientes índices de niños y niñas en situación de calle y sujetos a tráfico, explotación y abuso de todo tipo.
A pesar de que las visiones críticas y las nuevas realidades sociales cuestionan de más en más el mito de la maternidad, mucha gente sigue suponiendo que el cuidado de los hijos corresponde por “naturaleza” a las mujeres, por el simple hecho de ser estas son las que paren y amamantan a los críos. Aún más, en franco contrasentido con el fundamento “biológico” del razonamiento, la arbitrariedad machista dicta que este cuidado y devoción debe extenderse mucho más allá de la época de crianza, cuando los hijos ya son mayores de edad, e incluso que ya han formado sus propias familias; también, esta obligación se suele extender hacia los lados, cuando se les obliga a las mujeres a cuidar de los enfermos o adultos mayores, aunque no exista una liga sanguínea o esta no sea directa.
Una vez resueltos a desnudar estas ficciones, una de las cosas que más llama la atención no es tanto descubrir que el pretendido instinto materno no funciona como nos han hecho creer, por ejemplo, en algunos eventos de sismo llegamos a saber anécdotas de madres que salen corriendo de las edificaciones y dejan a sus bebés adentro, basta decir que ello no debe ser motivo de mofa y menos para decir que son “madres desnaturalizadas”. Lo que llama más la atención es que la idea del instinto materno y la necesidad de aferrarse a este mito actúa más rápido, más automáticamente y más poderosamente que el propio instinto que dice representar, esto pasa así porque entraña, entre otros, un sentimiento de culpa y posesión muy fuerte que condiciona las actitudes y conductas de las personas ante un sin fin de escenarios.
De hecho, muchas madres se quejan y critican destructivamente, diciendo que los hombres no son capaces de llevar a cabo la labor maternal, aun cuando tampoco ellas tienen el conocimiento exacto, completo e innato de cómo cuidar a un hijo. Lo que sí sucede es que a ellas desde pequeñas se les estimula hacia esa tarea por medio de juegos con sus muñecas, y son inducidas a amamantar, bañar, preparar los alimentos, etcétera. Cuando la mujer critica al hombre en su manera de cuidar a un hijo, es algo parecido cuando una mujer es criticada por manejar un auto, ambos terminan dejándole la tarea al otro para evitar ser censurados y estar en paz con los roles de género asignados.
Impera una grave confusión de los aspectos biológicos de la maternidad con las costumbres sociales, ya que lo que en realidad está fuera del alcance de los hombres es el embarazo y el parto, pero en los demás aspectos de la crianza no hay razón biológica para no hacerse cargo. Hoy en día hay cada vez hay más padres de familias monoparentales que demuestran que son capaces de realizar todas las tareas para el cuidado de los niños.
Debido a los estereotipos, esto es visto como una amenaza por muchas mujeres que ejercen un monopolio de la maternidad y que pretenden minimizar al hombre en ese reino exclusivo. En una sociedad machista, el rol maternal altamente valorado socialmente, le otorga de manera condicionada a la mujer un relativo status privilegiado, un lugar de veneración muy delimitado, la maternidad la enaltece y santifica ante los ojos del varón, cosa que no sucede con su inteligencia o logros profesionales. Como se trata de un patrimonio femenino, la mujer tiende a defenderlo celosamente, y padece la contradicción de necesitar ayuda, pero no quiere perder el frágil control sobre su territorio. En estas condiciones, la familia puede convertirse en un terreno de rivalidad e incomunicación, en el que el afecto y afinidad de los hijos, ya sea por la mamá o el papá, se convierten en moneda de cambio que menoscaba el sentido solidario, estratégico y de entendimiento que debe tener el estar y crecer juntos.
Una visión más noble, en cambio, es que el oficio de padre o madre se aprenden con la experiencia, con decisión y respeto, y es importarte comprender que para hacerse cargo de los hijos funciona mejor un compromiso de corresponsabilidad y de conciliación de la vida y aspiraciones profesionales, laborales, académicas y familiares entre los que integran cada hogar.
Indudablemente hasta estos días, bajo estas condiciones, sin la madre no hubiésemos sobrevivido, y ha sido por medio de ella que hemos aprendido un sinfín de comportamientos vitales, desde la succión hasta el correr, desde el lenguaje hasta ser empáticos.
No obstante, Badinter apunta que los hombres más machistas pueden estar contentos ya que el final de su dominio no está previsto para mañana. Ellos han ganado la guerra subterránea sin siquiera tomar las armas, sin necesidad externar una opinión de la que luego deban rendir cuentas, sin embargo, en la práctica se niega el derecho de las mujeres a trabajar o a estudiar, porque entre otras cosas ello pone en peligro su destino manifiesto de ser madres de tiempo completo.
Estos dogmas asumidos y vividos tan cotidianamente implican que “El regreso con fuerza del naturalismo, que realza de nuevo el concepto trasnochado del instinto maternal y elogia el masoquismo y el sacrificio femenino constituye el peor peligro para la emancipación de las mujeres y la igualdad de los sexos”. Una de las reacciones más viles del régimen machista es polarizar las posiciones, mostrar como agresiva y violenta cualquier opinión crítica o disidente, incluso tergiversar y denunciar como enemigos de la institución familiar algunas propuestas de análisis que nos hacen reflexionar sobre el papel que le damos a la reproducción, que, además, explican las injusticias, los atropellos y las obligaciones que hemos impuesto a las mujeres en aras de un supuesto “instinto maternal”. Como muchas cosas en la vida, lo importante es conocer y hacerse de una opinión propia pero informada, para tomar decisiones que afectan nuestro entorno más inmediato, en este caso, el de nuestras familias, con el único afán de ponerlas al día para que funcionen mejor y proteger a quienes más queremos.

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