jueves, 23 de abril de 2020

¿El machismo ha desaparecido en nuestra sociedad?.


A veces se piensa que el machismo ha desaparecido en México, gracias a los enormes cambios económicos y socioculturales de las últimas décadas. Es inevitable ignorar la manera en como la incursión masiva de las mujeres en el mercado laboral y del consumo ha erosionado o puesto en tela de juicio los valores del machismo tradicional.

Asimismo, un número creciente de mexicanos considera que las mujeres deben estudiar y trabajar; ya no se le deposita tanta importancia a la virginidad premarital; algunas brechas entre niñas y niños y mujeres y hombres se han reducido, como en el acceso a la educación, salud o vivienda, aún cuando siguen siendo considerables e inaceptables; hay mayor convencimiento de que los hombres deben participar en las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, por mencionar algunos aspectos que marcan una diferencia sustantiva.

La Ley y la sanidad pública reconocen que la planificación familiar compete a la mujer y no es una decisión del marido, y mucho menos un asunto en el que las iglesias deban tener injerencia. También, vemos que en algunos sectores sociales el paradigma masculino ha dejado de ser tan autoritario y más comunicativo e involucrado con la familia, como en épocas cuando el patriarcado no era hegemónico.

Sin embargo, tanto en las ciudades y, sobre todo, en los lugares más remotos de nuestra republica todavía se sigue perpetrando el machismo, y frecuentemente para ello no obsta el estatus social, ya que, las expresiones más viles, como el feminicidio y la violencia intrafamiliar, afectan sin distingo a las mujeres de cualquier posición socioeconómica. No es que antes las cosas fueran mejor, sino que había un silencio e invisibilidad propicios para dejar impunes a los agresores y a revictimizar a las agredidas.

Todavía podemos observar a nivel nacional e internacional, cada vez que un político habla, llega a mostrar en sus discursos discriminación y machismo en todos los niveles, asimismo, la clase política y cúpulas empresariales soslayan la presencia de las mujeres en los puestos de dirección, se les niega el derecho a su desarrollo político y a ejercer su liderazgo y capacidad gerencial, se les condiciona y escatima el acceso a posiciones de mayor responsabilidad aunque tengan más mérito que los hombres, se les exige más y con ello se les impone “techos de cristal”, se les descalifica por embarazarse, decidir por la maternidad y por ser “hormonales”, las burbujas de poder y las élites son dominadas por varones y prevalece el compadrazgo y la arbitrariedad en el reparto de componendas.

En muchos ámbitos las mujeres son, en esencia, “objetos estéticamente agradables", se llega a decir que “si una mujer quiere ser periodista, debe ser sensual”, "Las noticias malas sobre ti no importan mientras tengas una novia sexy”, dijo Donald Trump. El expresidente del Consejo General de la Ciudadanía en el Exterior, Castelao Bragaño, llevaba dos días en su cargo en octubre de 2012 cuando al reclamar el acta de una reunión, al ver que faltaba un voto para formalizar un documento, dijo: “No pasa nada. ¿Hay nueve votos? Poned diez… Las leyes son como las mujeres, están para violarlas”. 

Los políticos mexicanos y líderes de otros sectores y comunidades del país también han sido pródigos en difundir estereotipos y proferir violencia verbal y de todo tipo, pero también en ser omisos o minimizar la gravedad de la situación que padecen las mujeres, de igual forma, la discriminación y exclusión se han vuelto más sutiles, pero para nada desaparecen.

Apenas en marzo pasado, tras una ola de feminicidios, el Gobierno Federal irritó a los colectivos de mujeres por no dar centralidad a este cáncer y seguir con sus prioridades hasta ese momento, como la rifa del avión presidencial.

Si bien la violencia contra las mujeres tiene décadas de estar enquistada y es resultado del modelo neoliberal que aliena el valor de la vida y dignidad humana y descompone el tejido social, en los últimos años se ha agravado porque no ha habido persecución del delito, protección de víctimas, ni impartición de justicia suficientes, ello no está adecuadamente atendido tanto en su causa raíz como en sus efectos funestos, que es la muerte y daño irreversible tanto físico, como moral y sicológico de miles de mujeres.

Hoy día, la pandemia del COVID-19 quitó los reflectores de ese tema, pero muchísimas mujeres están confinadas con sus agresores, las siguen matando y violentando, incluso sigue habiendo desapariciones y las mujeres no están seguras en las calles pero tampoco en sus casas.

Con el llamado “home office”, o tele trabajo, a muchas mujeres se les triplicó la carga de trabajo y responsabilidad, y no hablemos del personal de limpieza, predominantemente femenino que sigue yendo a trabajar a las casas de los privilegiados, aparecen furtivamente y en segundo plano en los “tik toks”, transmisiones en vivo, video conferencias y demás maravillas de la tecnología, con escobas, cubetas, lavando los trastes, cocinando ricas viandas, y obvio, tienen que seguir saliendo a la calle por necesidad poniéndose en riesgo a ellas y a sus familias.

Todo esto parece estar ausente de las leyes, de los programas de gobierno y de la agenda de los políticos de todos los partidos y tendencias, también de los grupos intelectuales y “críticos” del gobierno, aún más, de la de algunos grupos de feministas que salieron a marchar el 8 de marzo y que hicieron paro el día siguiente, las que pudieron, claro está.

A esto último, la Maestra Evangelina García Prince le llamó interseccionalidad e intersectorialidad, señalando que no basta que haya igualdad entre mujeres y hombres, sino que para ello se necesita considerar también las diferencias y desigualdades socio económicas entre cada sector y grupo de personas los que pertenecen.

El machismo, además de estar sustentado en prejuicios e ignorancia, tiene muchas desventajas tanto para hombres como para mujeres, desde la violencia, soledad, desequilibrio mental y emocional, exponerse a situaciones de riesgo individual y colectivo, e incluso la muerte.

Con el machismo perdemos todos.

En este epidemia tampoco ha faltado el privilegiado que, sin respetar el derecho humano a la decisión informada, y que con masculinidad violenta asevera que el virus no existe, que tampoco debería haber vacunas para ninguna enfermedad, que llama a no hacer caso de las autoridades de salud y que se regodea por denostar el uso de cubrebocas y otras medidas de política pública de contención del contagio, se envalentona pues. En el otro extremo están quienes subrayan que las mandatarias de Alemania, Nueva Zelanda, Taiwan y otros países están manejando mejor la crisis sanitaria, como tratando de encajar la imagen de las mujeres líderes en el estereotipo de madre protectora, que custodia las funciones de reproducción social.

Sin duda, falta mucho por hacer, por darle la vuelta a las desiguales relaciones entre mujeres y hombres, este cambio inevitablemente es social y político, una de las condiciones es que mucho más mujeres lleguen a las posiciones de toma de decisiones para que impulsen los cambios en las leyes, programas, prácticas y acciones públicas y privadas para que, con una visión del mundo que compagine la perspectiva de ambos sexos, sus necesidades y expectativas, haya un reparto paritario y consensuado de responsabilidades, esfuerzos y beneficios.


miércoles, 15 de abril de 2020

Los hombres deben vivir la ternura


 El machismo es una palabra difícil de definir, pero si le preguntamos a cualquier mujer, esta lo habrá experimentado. Muchas mujeres justifican a los que tienen ideas y conductas machistas, “tiene el carácter fuerte”, “es brusco”, “ha tenido una infancia difícil” o bien “es muy exigente”.
El machismo es una forma de relacionarnos, por lo cual, en una sociedad subordinada a sus pautas, todos tendemos a reproducirlo y también todos somos víctimas de este.  De este modo, los hombres día con día deben demostrar que lo son, según las ideas preconcebidas al respecto, no solo en casa, sino también en la calle, en el trabajo, en lo público y en lo político.
Desde tempranas edades a los varones se les comienzan a reprimir sus emociones, con frases que seguramente habrás repetido simplemente porque las has escuchado, tales como, “los niños no lloran” “las niñas son las lloronas, ¿eres niña?” “estas haciendo a un niño faldero”, y en numerosas acciones se percibe que entre hombres no se abrazan, ni se tocan, existe un miedo terrible a volver a los hijos maricones, que no permiten que demuestren ternura, ese ámbito es reservado para las mujeres. Se permite expresar el amor a través de las vínculos económicos o monetarios, pero no con caricias, ni palabras de amor, ya que pueden ser cursis, incluso algunos hombres les cuesta trabajo besar, se llega al absurdo de aleccionar “no hay de dar ni todo el amor, ni todo el dinero”, se forjan así temperamentos díscolos, pichicatos, mezquinos, condicionantes y chantajistas. 
A cierta edad los niños empiezan a alejarse de los abrazos o gestos tiernos de la madre o mujeres, ya que eso es todavía sentirse bebés. Por otro lado, los padres van retirando los apapachos a los hijos, pero no a las hijas ya que para ellas eso parece ser apropiado. Sin embargo, continua en el imaginario, el temor a que sus hijos sean afeminados, si su padre les da muestras de cariño. Es por eso que los hombres tienen ese rechazo a la ternura, por homofobia. Recibir y prodigar ternura es acercarse peligrosamente a la homosexualidad, considerada equivocadamente como una feminización del hombre.
Es típico ver a los chicos adolescentes mostrarse violentos entre ellos, cada vez que pasan cerca de un camarada, lo tocan o le pegan, o tenderlos agredir de diferentes modos, bajarle los pantalones, por ejemplo. Siempre deben de mostrar un toque de agresividad para no verse vulnerables o ser avergonzados ante sus compañeros. La sociedad otorga un especial valor a la agresión arbitaria y cobarde, muchas veces anónima y fundida en la masa del grito “eeeeeh p….”, en los partidos de fútbol o reuniones familiares.
El amor debe ser viril, genital, fuerte, pasional, puede ser violento, posesivo y celoso, pero nunca sentimental o tierno para los hombres. Mientras que a la mujer se le educa en el amor romántico. La forma de expresar el deseo sexual en el hombre es abierto y directo, en cambio en la mujer lo expresa a través de sentimientos y fantasías románticas, adoptando una actitud infantiloide. Ellos lo expresan de manera explícita y gráfica, con exceso de detalles agresivos, mientras que ellas suelen hacerlo con pudor, demostrando su ternura de tipo maternal. 
Esto afecta la relación de pareja, pues al no saber cómo expresar la ternura en la interacción sexual o no quererlo hacer, eso se traduce en el ejercicio del poder y dominio, terminando en maltrato, en ser un acto violento. En varias ocasiones la educación sexual no la otorgan la familia u otras instituciones como la escuela, por lo que los hombres recurren a la pornografía y grupos de amigos, los cuales diseminan estereotipos que validan el abuso, recrean experiencias que no son ni éticas ni consensuadas y mucho menos dignificantes o placenteras en condiciones igualitarias, ya que se cosifica y devalúa a las mujeres.
En la pareja, cuando encontramos un hombre con capacidad de expresar sus afectos, se presenta a una mujer que se lo puede llegar a impedir o le reprueba a que lo haga. Es decir, estamos tan inmersos en un concepto de hombre que cuando éste no está cumpliendo esa condición se le recrimina.  
Intrínseco a la ternura es el respeto. Aparece cuando existe un reconocimiento de la libertad, voluntad y capacidad de decidir de la otra parte. No hay necesidad de posesión, sino una aceptación total de la otra persona y su circunstancia viéndola más allá de las etiquetas profesionales, culturales, económicas, raciales y religiosas.
Un ligero roce de la yema de los dedos en la mejilla, un beso suave, una mirada, unos dedos entrelazados…pueden quedarse en una escurridiza sensación que se diluye en la inmensidad del tiempo, a la vez que se convierte en un consuelo de por vida con tan solo evocar de nuevo ese encuentro de almas, esa caricia que desde la piel ha impregnado todo nuestro interior.
A veces uno toma conciencia de la falta de intimidad y ternura y de la ausencia de una persona con la que podemos contactar a ese nivel, cuando uno se reencuentra con su calidez y se da cuenta de lo mucho que necesitaba un abrazo o muestra de afecto.
Es un alto precio que se tiene que pagar no permitirse manifestar la ternura, entender que es un afecto positivo y hasta necesario que enriquece las relaciones interpersonales y les da un sentido sólido.
Se puede empezar con algunas de estas ideas para cultivar la ternura, como el acariciar, que es una de las grandes formas de expresarla, con un lenguaje no verbal, utilizamos el tacto, el suave contacto con la piel del otro, por encima de los prejuicios y de la intención inmediatamente carnal.
El mirar a los ojos en silencio, con la intención de percibir al otro más allá de lo aparente. Dejar aflorar ese niño que hemos ocultado para sobrevivir en un mundo de adultos. Abrazar la vulnerabilidad de los enfermos o ancianos reconociendo en ellos la propia fragilidad. Emocionarse con la belleza del arte, en todas sus expresiones, como la música, el cine, teatro, danza, poesía.
Los hombres debemos de darnos el permiso de vivir la ternura, lo que implicaría que habrá que sembrarla y cultivarla. 
Cada hombre tiene la capacidad de decidir si está de acuerdo con los patrones de conducta impuestos, o bien, prefiere vivir su masculinidad de manera diferente, de tal manera que no hay una, sino muchas masculinidades.


LA TRISTEZA Y DOLOR EN EL MUNDO MASCULINO


“Los hombres no lloran”, frase tan gastada pero que todavía la seguimos reproduciendo sin entenderla o porque nuestra inteligencia emocional no nos facilita otra reacción cuando vemos a un niño llorar.
Desde niños nos enseñan a minimizar nuestro dolor o llanto con el supuesto de que es algo privativo para las mujeres, los hombres vamos aprendiendo a que se debe contener el lamento ante una caída o golpe aunque produzcan mucho sufrimiento, el “aguántese, qué no es hombre?” amedrenta para no mostrar cobardía y para soportar estoicamente cualquier tormento. Cuántas veces no se ven en los juegos deportivos cuando un varón es lastimado y la sociedad lo critica, lo ridiculiza con que “se hace el chillón, si no fue para tanto!”, muchas veces hasta genera risa y burla.
De esta forma, la tristeza y el dolor son catalogados como emociones femeninas, formulando la postura que un “hombre nunca llora”, como si los sentimientos de las mujeres fuesen de menor valor. Frases como “a mi no me afectan esas tonterías”, “a mi nada me quiebra”, entre otras, son ideas que reprimen en el hombre adulto, el dolor y la tristeza.
Seguramente te has topado con algún hombre que al ver una película “romántica”, o en alguna otra situación, queda conmovido, pero no puede llorar, aunque veas en él esa emoción a punto de estallar, sencillamente se contiene y se disuelve en segundos. Sin embargo, solo existirán  momentos en que sí lo podrá demostrar, en situaciones fuertes y excepcionales, como podría ser la pérdida de un ser querido, casi siempre la madre, o cuando su corazón ha sido roto, y entre bebidas embriagantes y canciones de dolor, traición y amor tóxico, los varones podrán demostrar sus sentimientos sin ser criticados, aunque en realidad se muestra la peor cara, las bajas pasiones, despecho, posesividad, celos, violencia y machismo.
La tristeza tiene una función adaptativa, al volver más lento nuestro funcionamiento metabólico, nos quita la energía para distraernos y nos obliga a reflexionar sobre nuestro estado y a procesar lo que nos haya sucedido. Es un pilar fundamental en el crecimiento personal porque nos permite sostener un diálogo interno y escucharnos con calma. Se encarga de generar un ánimo para el recogimiento y para dedicarnos tiempo a nosotros mismos, para pensar y meditar en los cambios para cerrar etapas y visualizar el futuro con convicción. Es necesaria para reintegrarnos como personas después de habernos “hecho trizas” por cualquier causa: una ruptura, un despido, una pérdida entre otros, el desapego en general.
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Cuando te sientes decaído, los circuitos cerebrales del dolor físico y emocional se enmascaran, esto no solo ocurre en las áreas cerebrales relacionadas con el componente puramente afectivo del dolor, sino también en las zonas relacionadas con la percepción somática del mismo. En consecuencia, genera un impacto negativo sobre tu cuerpo, sobre todo el sistema inmunitario, lo cual aumentará potencialmente el riesgo de sufrir una enfermedad, sobre todo inflamatoria. Se ha comprobado que aumenta la sensibilidad al frio, afecta al apetito, incrementando la predisposición de que subas de peso, o bien de que puedas sentir que la comida no tenga sabor e incluso que no genera bienestar alguno. También puede haber cambios en la presión arterial y trastornos en el sueño y la concentración.

Las personas que no quieren demostrar tristeza suelen presentar conductas evasivas como el abuso de drogas o el alcohol, ya que su ego resulta ser mas fuerte que su dignidad y responsabilidad, y eso es algo muy peligroso porque retrasa una solución de fondo y agrava los problemas. Asumir que nos aqueja la tristeza y demostrarlo también implica, sin embargo, entereza y honestidad, actualmente el machismo se ha trasmutado en masculinidades frágiles y de cristal, que no toleran la crítica y reaccionan de manera desproporcionada e hipersensible ante un mundo que ha cambiado y que ha arrebatado en varios espacios y momentos el predominio a los hombres, ese escenario tampoco es muy deseable.

Quizás el costo más alto de rechazar que uno este triste, es el privarse del consuelo y la empatía de los demás, ya que compartir esos momentos crea vínculos más profundos y nos acerca a sentirnos más humanos y al entrañar un comportamiento recíproco hace que nos apoyemos unos a otros en los momentos en los que mas nos necesitamos.

Cuando tengamos una igualdad de genero será posible que al hombre se le permita expresar mas libre y auténticamente sus sentimientos, pues, cuando ellos sufran por cualquier motivo, podrán liberar el dolor y no serán tachados de débiles o poco hombres, también lo harán sin que ello se vuelva una nueva forma de chantaje, asimilada a un machismo encubierto.

viernes, 3 de abril de 2020

CUIDADO CON EL TERROR Y CAMBIEMOS

  • El verdadero terror colectivo ocurrió en la Edad Media cuando se desató la trilogía mortal: peste, hambre y
    guerras.
    Durante cuatro siglos entre 1348-1720 las epidemias diezmaron Europa, tan solo en este periodo se calcula
    que murió la tercera parte de la población. El terror era tal en las calles y ciudades que estaban
    completamente vacías. Había una especie de sentimiento que advertía el fin del mundo, el arte comenzó a
    evocar lo macabro de la situación y se registraron cambios en el equilibrio emocional de Europa. Por lo
    anterior, las conductas sociales se modificaron, por ejemplo, con la peste la gente empezó a encerrarse en
    sus casas para evitar la proximidad y el contagio y se inventó el mostrador que pone distancia higiénica entre
    el vendedor y el cliente.
    Como la gente no sabía el origen de la peste, los viajeros, marginales, extranjeros o todos los que no
    “cumplían” en detalle con las creencias y costumbres de la mayoría, se volvieron blanco de persecución,
    ataque o muerte.
    No menor huella dejaron las hambrunas, debidas a que se generaron cambios climáticos y cosechas malas,
    que ocasionaron de inmediato asaltos en los caminos y las cóleras colectivas eran descargadas muchas
    veces con los molineros o comerciantes. Pero tal vez el terror más grande era al otro y el extraño, al ser
    considerado “agente de satán”, lo que desencadenó guerras y persecuciones por doquier, la discriminación e
    intolerancia creció. Los líderes políticos y religiosos estaban más imbuidos en proyectos de conquista
    territorial y expansión colonial que en atender al pueblo.
    Pero no han sido solo esas pandemias ancestrales las que han asolado, a la viruela, en épocas más
    recientes, se le sumó el VIH, el cólera, la gripe española, entre otras y el mundo ha tenido que evolucionar y
    reaccionar ante estos recordatorios de que no podemos sustraernos del poder de la naturaleza.
    Si bien en cierto que el miedo es un sentimiento que nos ayuda generar precauciones, este puede salirse de
    control y pasar a neurosis, pánico y terror, como sucedió en la Edad Media, ya que el miedo tiende a generar
    cada vez más pensamientos negativos y como se actúa tanto ante un peligro real como ante uno imaginario,
    entonces damos rienda suelta a nuestra imaginación e impulsos.
    El miedo puede convertirse en un estado constante, en una inquietud enfermiza casi permanente, en una
    angustia que te paraliza, como consecuencia aumentas tus niveles de ansiedad.
    La mayoría de nuestros miedos son infundados y están condicionados por nuestra cultura, y se transmiten
    principalmente por las personas que están a nuestro alrededor inmediato, pero también de manera masiva. El
    miedo a sufrir es en definitiva el mayor mecanismo de protección que se pone en marcha frente al miedo de
    morir. Una persona con miedo genera casi de forma espontánea excusas, resistencias, justificaciones y
    teorías infundadas, aun y cuando se le den explicaciones lógicas, porque el miedo tiende a producir por
    mismo aún más miedo e inseguridad. Es importante que la persona tenga un momento de introspección, de
    calma para que pueda empezar a analizar su situación, ya que estamos expuestos a recibir información que a
    veces es confiable, pero en su mayoría se trata de mensajes llenos de noticias falsas, verdades a medias,
    versiones incompletas, así como datos sesgados, desactualizados y puestos fuera de contexto.
    Se puede hacer el siguiente ejercicio. De detenernos a inspirar por la nariz mientras que la fuerza y la paz
    penetran lentamente llenando los pulmones de aire. En ese punto, se contiene la respiración unos instantes y
    después, se expira permitiendo que el cuerpo recupere la calma y serenidad interior.
    Así con la respiración se puede dar una pausa de unos 5 minutos de silencio, de escuchar los ruidos de
    nuestro alrededor e incorporarlos a nuestra respiración reduciéndolos a un ruido blanco o neutro. Cualquier
    persona puede influir sobre el estado de ansiedad que surge cuando se experimenta miedo, mediante la
  • respiración, porque cuando esta es lenta y profunda oxigena al cerebro, tranquiliza el corazón y actúa sobre el
    centro emocional.
    Toda vez que se recupera la capacidad de actuar, se puede pensar en la causa que ha originado ese estado
    de ansiedad, esa angustia, porque mantener un pensamiento de miedo puede engendrar una forma obsesiva
    de pensar.
    Ya con más calma y ecuanimidad es útil contrastar la información, confirmar fuentes y bloquear lo más
    inmediatamente posible a los canales y personas que propagan los mensajes de pánico, desacreditación y
    odio, la mayoría de las veces no vale la pena discutir porque se trata de personas con una estabilidad mental
    y emocional precaria, o bien sus intenciones son abiertamente nefastas y violentas, al final de cuentas es su
    pobre patrimonio intelectual y sentimental, aunque sea información basura y muestra de su inmensa
    ignorancia, irresponsabilidad y mala voluntad.
    A veces el uso de las palabras pueden ser generadoras de pensamientos positivos porque los signos
    lingüísticos son representaciones para articular nuestros propios relatos y narrativas. Se pueden cambiar las
    palabras miedo, terror, pánico por temor o precaución, estas últimas suavizan el efecto en nuestro
    pensamiento y visión del mundo.
    Hay que hacer una toma de conciencia. El miedo está ligado desde el sano escepticismo y la duda, hasta la
    incertidumbre y el sufrimiento. Conocer nuestros temores nos ayuda a observarlos desde un ángulo diferente
    a partir del cual podemos desarticularlos y arrebatarles el control. Una manera de saber a qué le tenemos
    miedo es escribir en una hoja en blanco todo lo que pase por nuestra cabeza y que comience con la frase “No
    quisiera”. De esta manera se acepta el miedo y se llega a entender que tenemos derecho a sentirlo. Al
    convivir con las verdades más duras de uno mismo, sentiremos ganas de llorar o enojarnos, y se vale hacerlo,
    pues solo así la estabilidad emocional comenzara a reanimarse, lo peor que puede pasar es darnos cuentas
    que fuimos engañados o nos engañamos nosotros solitos y que reaccionamos de forma desproporcionada.
    La aceptación nos permite comprender la razón de nuestra actitud y estar en condición de superarla. El
    simple hecho de tener que hablarlo ante un grupo de personas nos reconforta.
    No utilizar frases como “no hay que tener miedo”, “no es para tanto”, pues estas tienen el efecto contrario
    pues nos culpabilizan o ridiculizan. En realidad, hay que aceptarla con un “Sí tengo miedo” y preguntarse
    ¿Qué es lo peor que pude ocurrir en una situación como esta? No pasa nada. Habrá veces que no podamos
    superar todos los miedos. El aceptarlos y analizarlos y conocer sus causas, darnos cuenta que sus
    consecuencias no serían en realidad tan terribles o incluso darnos cuenta de que esos miedos no tienen
    sentido y conseguir que desaparezcan.
    Después de la toma de conciencia la acción. Como el miedo nos paraliza, el mejor antídoto para éste es la
    confianza y la fe y tratar de volver a la normalidad. En esta fase hay que aproximarse al objeto causante del
    miedo, poco a poco, hasta tener la confianza que no pasará nada. Otro es mentalizar la situación óptima o
    recrear situaciones pasadas con el fin de añadirles una solución deseada.
    Lo importante es que realicemos algo, alguna acción concreta debidamente alineada con atacar la causa del
    miedo, como en este caso del COVID-19 tomar las precauciones de lavar nuestras manos más seguido, de
    higienizar las superficies y respetar el confinamiento social, esa es una acción, y no permitamos a la
    incertidumbre entrar, recordemos que el miedo genera inseguridad y nos come la cabeza con especulaciones.
    A veces lo mejor es enfrentarnos a la situación tal como viene. La vida es un juego, a veces tenemos el
    resultado esperado y a veces no, pero el mundo actual dejó de ser un lugar seguro y predecible, hace mucho,
  • mucho tiempo, la única salida es adaptarnos, mejorar nuestra capacidad de respuesta, nuestras habilidades
    emocionales y cognitivas, se llama resiliencia.
    Otra técnica es la “Esquivar”, que consiste en motivar exposiciones opuestas. No es evadir, sino son una
    alternativa para aminorar el impacto o hacer un control de daños. Es decir, si me da miedo subirme en un
    avión, es no pensar en que me subo y recuerdo algo placentero. Podemos compartir ideas positivas, el miedo
    como emoción, no es buena ni mala, es un medio de sobrevivencia por lo cual reflexionemos sobre lo positivo
    de ella, en qué nos puede ayudar en nuestra vida, eso si, poner un término, no podemos vivir eternamente en
    tal estado.
    No te dejes atrapar por el miedo, siempre hay otra realidad más amorosa y pacífica, busca ese refugio
    amoroso dentro de ti y conéctate con tu yo interior o con tu ser superior y así podrás encontrar soluciones
    para tu día a día. En la actualidad contamos con mayor información y mejores niveles de organización que
    tiempos atrás, cuando azolaron otras pestes.
    Piensa en la frase, “esto también pasará”.