El hombre, al momento de nacer comienza a aprender las
tareas (valores) que existen en el mundo donde le toco vivir a partir de su
propio cuerpo. Toda sociedad crea reglas y valores que le
permiten regular el comportamiento de cada persona para garantizar la
subsistencia individual y las va transmitiendo en sus prácticas de crianza. De
este modo, desde nuestra forma de caminar, de comer, hasta nuestros valores, sentimientos,
conceptos sociales, la apreciación de las cosas o los juicios de valor de cada
uno de nosotros, no es algo que
descubrimos personalmente, antes bien, que corresponden al grupo social
al que pertenecemos.
Este grupo
social dicta las reglas morales que enuncian lo que “debe ser” y cada uno las
interioriza y actúa de acuerdo con
ellas, hasta el punto que en ausencia de otros, procedemos de igual modo.
Muchas de esas reglas son importantes para la integración y el poder convivir
con otros en armonía.
Durante la
vida cotidiana, cuando somos niños aprendemos
valores los cuales en la etapa adulta nos servirán para convivir con las
demás personas. ¿Cómo les enseñamos a nuestros hijos estos valores?, pues
cuando un hijo rompe algo y se le pregunta quien lo hizo. El menor por temor a
ser castigado puede contestar con un “no sé”. Evidentemente no se le cree, y
viene el castigo. Pero si insistiéramos
en que podría evitar la sanción por
decir la verdad (promovemos su honestidad) y lo apoyamos para que repare su
daño, por ejemplo, que con sus domingos compre lo que rompió y así fomentamos
la responsabilidad. Muchas veces el niño se limita a comportarse bien, solo por
evitar el escarmiento y no por tener una razón del porque debe serlo. El que
los hijos participen en las labores de limpieza de la casa se les enseña a ser cooperativo, a la vez que aprende actividades
para su independencia.
El niño con
los juegos en grupo aprende a ser tolerante, a descubrir que hay reglas.
Cuando el hijo no quiere
prestar un juguete y le decimos que no sea egoísta, pero le sugerimos al otro niño
que cuide el artefacto, pues no le pertenece y debe de cuidarlo. Son a
través del juego y en las actividades de la vida diaria donde aprendemos cómo
comportarnos.
Por lo cual,
la formación de hábitos correctos establece una importante senda para el
cumplimiento de las primeras normas morales que la sociedad le plantea al niño.
Las buenas prácticas higiénicas, de autocuidado, respeto y organización son una
premisa importante en la formación de las cualidades morales de la
personalidad. Por ejemplo, la cualidad de ser organizado; se desarrolla cuando
al niño se le exigen comportamientos concretos, orientados al orden de sus
cosas: al niño debe exigírsele arreglar su cama, doblar su ropa, recoger sus
juguetes, pero convenciéndolo que es bueno para la casa y para su propio
bienestar.
En actividades cotidianas les trasmitimos
valores como; el respeto hacia las
personas en razón de reconocer sus cualidades, así como el respeto por uno
mismo, el acto de ser justo y / o equitativo. La responsabilidad, asumir las
consecuencias de los actos que uno ejecuta sin que nadie lo obligue o bien, de
realizar satisfactoriamente o completar una tarea (asignado por alguien, o
creado por la propia promesa) que hay que cumplir. También el valor de la humildad,
ser modesto y respetuoso. La reciprocidad y el agradecimiento, el reconocimiento de un beneficio que se ha
recibido o se va a recibir. Crearles un sentimiento de seguridad en sí mismo; así
como también colaborar de manera circunstancial en la causa de otros. Y lo más importante actuar en conformidad o en concordancia con lo que se
dice con lo que se siente, se piensa o se hace.
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