viernes, 29 de junio de 2018

ESE VISITANTE MENSUAL


En los orígenes de las sociedades, en algunas culturas a la mujer menstruante, se le hacía pasear por el campo con la finalidad de que su sangre fertilizara la tierra. Para otras culturas se le ha considerado impura o bien se ha asociado a cuestiones mágicas o de maldición, siempre teniendo una imagen negativa. Todavía en 1970 no se le permitía a las mujeres menstruantes  donar sangre o preparar ciertos alimentos, incluso tener contacto con el vino, hasta el baño diario les estaba prohibido.
Ante este contexto, para muchas mujeres que se encuentran  en la edad senil piensan  que todo lo relacionado a la sexualidad es algo sucio y vergonzoso.
Para ellas les es fácil  recordar el miedo que sintieron al tener su primera menstruación, pero tienen más presente  la falta de una clara información y  la falta de apoyo de su madre.
Seguramente su madre, al sucederle lo mismo, le repite la misma cantaleta que su abuela le dijo:
  ” Esta ya empezó con sus cochinadas” “que nadie se entere que estas en tus días” “búscate unos trapos, rasga una sábana vieja y póntelos” así, sin más explicación que lo que le pasaba a su cuerpo, las hizo sentir avergonzada,  sentirse vigilada mes tras mes, sin comprender que es lo que le sucedía a su cuerpo. Las burlas y las expresiones de los adultos que las hacían suponer que ellas ya entendían todo lo relacionado con la sexualidad, que en realidad, no lograban entender la relación de su regla  con la fecundidad.
Quizás algunas más jóvenes recibieron información en la escuela secundaria, pero, aun esta no fue lo suficientemente clara o bien suponían que eso no tenía  que ver con ellas. La información que se recibe en la escuela, generalmente no concuerda con lo que uno espera.
Con la aparición de la menarca su mundo cambio. Empezaron a tener más prohibiciones, como no bañarse con agua fría, no consumir limón, no jugar juegos rudos, dejar de jugar o estar cerca de sus amigos hombres, y más control si había sospecha de tener novio, todo eso conllevo a que ellas se sintiesen sucias, que lo relacionado a su sexualidad era algo malo o vergonzante.
El miedo de ser descubierta hasta por los hermanos de ver los “trapos manchados de sangre”, lavarlos a escondidas, la incomodidad de usarlos, estar todo el día al pendiente de no ensuciar su ropa y dejar una mancha que las delatara,  el tenerse que comportar como una “señorita” que no quedaba claro cómo debían de actuar.
Para muchas es tal es la vergüenza que consideran fea su propia vulva o nunca se han atrevido a verla, incluso consideran que es malo o sucio explorarse los senos para detectar alguna anomalía.

QUE SE LLEVE AL VIENTO, LAS PALABRAS


 Las palabras tienen la enorme función de comunicar, de transmitir ideas, amor, órdenes, etc., pero también tienen la facilidad de insultarnos o de menospreciarnos. Si bien, se dice que tenemos un lenguaje machista donde las palabras en masculino se destacan por cualidades positivas, mientras que sus homónimas en femenino pueden llegar a equivaler hasta 'prostituta'. Ejemplo de ello son las siguientes: un  hombre público es un personaje prominente, el perro puede ser el mejor amigo del hombre, un hombre de la vida puede ser un varón de gran experiencia, un hombrezuelo puede ser alguien insignificante, golfo puede ser una parte de mar extenso o un pillo, pero si estas palabras se usan para la mujer llevan una connotación insultante equivalente a prostituta. No es posible imaginar que una mujer pueda  gozar de su sexualidad porque inmediatamente se le juzga y se le condena.
Otras palabras tienden a descalificar o hacer valer menos a las mujeres como es el caso de la mujer soltera que se les considera una “quedada”, “que ya se le fue el tren”, “que es una amargada”; que si es feminista, es una lesbiana. Si es la suegra es una bruja metiche. Que si es una atrevida, es una mal educada o insolente, hasta si se piensa en heroína salta a la mente una droga.
Pero no solamente incluye a mujeres, también los hombres son avergonzados con palabras como: homosexual, puto, enfermo sexual, lujurioso, depravado, morboso, insensible, en fin palabras que lo descalifiquen como hombre. Pero no solamente pueden ser este tipo de palabras, a veces tiene que ver la entonación con que se dicen o con lo que se asocian. Una mujer me comento que odiaba que le dijeran “princesita” pues su exmarido la utilizaba para como insulto o bien después de nombrarla venían los golpes.
 También los apodos pueden ser utilizados para menospreciar a las personas, esto es muy común en las escuelas o centros de trabajo. Vamos etiquetando a las personas, como el “piojoso” “la morbosa”, etcetera,. Los esposos llegan a ponerles sobrenombres peyorativos como “la pelos” o “mipeoresnada”.
Indudablemente las palabras están enmarcadas por una entonación y tienen que ver con ganas de insultar, de ofender a alguien donde más le duele. Muchas veces las decimos cuando estamos enojados con alguien o incluso estas las van trasmitiendo de madres a hijas. Que al insultar a sus hijas que son unas “huevonas” unas “prostitutas”, “que no valen nada” “sucias”, “pecadoras” “pendejas” y esas palabras las repiten tanto que uno termina por creérselas.
En algunos casos son tácticas para tener poder o control sobre otra persona, pues al decirles que son unas feas, que quien se va a fijar en ellas, que no sirven ni para hacer el amor, o cuando son ellas las que  tienen alguna iniciativa sexual el primer insulto que se les ocurre es ¿quién te enseño? O si les dicen que están embarazadas, ¿quién es el padre? Haciendo tanto daño a la  estima y poco a poco abre los caminos que nos llevan a la depresión.
Habría  que comenzar a quitarle la importancia o la fuerza a esas  esas palabras que nos hacen daño. El sociólogo y antropólogo Pierre Boudrieu, en su libro la Dominación Masculina plantea como está construida la sociedad para que se reproduzca esta dominación a partir del mecanismo de violencia simbólica, menciona que las personas que la sufren coinciden ideológicamente con la persona que las está violentando, es decir, se creen merecedoras de esa violencia, en otras palabras, se la creen.


martes, 26 de junio de 2018

LA INVENCION DE LA CULTURA HETEROSEXUAL.


“Si lo fuera, seguramente estaría orgulloso de ello (ser gay) como de ser cualquier otra cosa. Mientras seas una buena persona, la orientación sexual o cosas como esas son totalmente irrelevantes. Paul Stanley 
La reina Isabel de Castilla presumía que solo se había bañado dos veces en su vida, la primera, cuando cumplió 18 años y la segunda un día antes de su matrimonio. Efectivamente la gente apestaba debido a la falta de aseo, esto debido a que el cristianismo quitó mucho de los rituales de aseo y limpieza por considerarlos un lujo innecesario, además que incitaban al pecado. Los médicos y sacerdotes afirmaban que el baño debilitaba los órganos y la mugre protegía de enfermedades.
Esto nos puede parecer algo inadmisible en pleno siglo XXI cuando actualmente es una práctica cotidiana el baño diario, parece imposible pensar que antiguamente no fuera así. De la misma manera quienes creen que los homosexuales, las lesbianas, los travestis y demás son una ocurrencia o moda de los tiempos modernos están más que equivocados, ignoran la historia y al hacerlo dejan de lado esta parte de la realidad. Desde que el mundo es mundo hay seres humanos que se sienten atraídos física, erótica y afectivamente por personas de su mismo sexo.
El mundo que nos rodea está gobernado por el ideal de la pareja heterosexual. Puesto que se trata de una superioridad invisible que da por asentado su carácter “natural”. Los cuentos infantiles; las redes sociales; las revistas; el cine; la televisión; la publicidad; las charlas con familiares o amigos, compañeros de trabajo y colegas; así como las canciones populares suelen reafirmar esta postura ya sea más implícita o explícitamente.
Louis-Georges Tin, en su libro “La Invención de la Cultura Heterosexual”, demuestra que la pareja hombre-mujer no siempre ha ocupado ese lugar privilegiado en las representaciones culturales y relaciones sociales. En occidente, esta jerarquización comenzó en el siglo XII con el desarrollo del amor cortés, pero los sectores dominantes como la iglesia y la nobleza, no cesaron de desarrollar estrategias de resistencia, que en su oportunidad incluso recurrieron a la ciencia médica. Costó mucho para que el pueblo aceptara la imposición de nuevas ideas sobre la sexualidad.
En la antigüedad la mujer era vista como una criatura de baja categoría e imperfecta, por lo cual el hombre solo era comparable con otro igual, y entonces, las relaciones entre hombres eran permitidas. Por lo cual, tanto en Grecia como en Roma la bisexualidad y la homosexualidad no eran un asunto de esconderse, secreto o de repudio, como ejemplo se encuentra la isla de Lesbos. En realidad, en muchas culturas, los contactos de hombres con hombres han sido permitidas. Una rápida mirada a la historia muestra que la homosexualidad ha existido en todas las civilizaciones tanto en Oriente como Occidente, en el Norte o en el Sur, entre los chinos y los japoneses; entre los mochicas, los quechuas y los aztecas; y qué decir de los griegos y los romanos quienes glorificaron la homosexualidad en la literatura.
Al principio de la edad media, todavía los europeos disfrutaban de una libertad sexual extraordinaria. Louis-Georges señala que “la imagen del caballero medieval como personaje cortés, casto, respetuoso y auxiliador de las damas en peligro, es una ficción creada por los re-escritores cristianos y victorianos de la historia”, ya que indudablemente la primera idea que les pasaba a los caballeros por la cabeza al ver una mujer en apuros era violarla. A su vez, muchos de los caballeros lo que buscaban era obtener los favores del Rey. El autor demuestra cómo la iglesia daba premios a todo lo que favoreciera este cambio de paradigma de hombre-hombre a hombre-dama, en un contexto lleno de contradicciones, que, si bien los miembros del clero promovían la monogamia, ellos mismos nunca la respetaban.
Con la preponderancia del pensamiento cristiano en Occidente se instaló en la moral diaria el repudio a la concupiscencia de la carne, dictado por el sexto mandamiento de la Iglesia Católica. A partir de la edad media alta, es cuando se empieza a juzgar a la homosexualidad y es proscrita como práctica sexual, que evidentemente no desapareció, sino que se hizo pecaminosa. La diseminación de los puntos de vista judeo-cristianos obligó a que la homosexualidad se volviera clandestina, por lo que en 1535 definitivamente se prohibió la homosexualidad por parte de Enrique VIII. Esta prohibición perduró al paso de los siglos, consolidándose en la visión oficial de la iglesia y en la hipocresía victoriana que ordenó el encarcelamiento de Óscar Wilde, acusado de sodomía ante su declarada práctica de la homosexualidad. Dicha herencia persiste hasta nuestros días en varios países que alguna vez formaron parte del Imperio Británico, como Jamaica y Trinidad y Tobago, en donde aún es ilegal tener una orientación diferente a la heterosexual, lo que contrasta con los avances de aceptación en Reino Unido, la entonces metrópoli.
A finales del siglo XIX la homosexualidad empezó a descriminalizarse en Occidente, si bien para ser catalogada como enfermedad, pues estaba incluida en los manuales de psiquiatría como un trastorno mental más. Y, como otros problemas psiquiátricos, se pensaba que esta "alteración de la conducta" podía curarse con diversas terapias y tratamientos. La investigación científica y el paso de los años se han encargado de desmentir estas ideas. En 1971 la Asociación Estadounidense de Psicología (APA) la retira de su lista de enfermedades mentales y emocionales. Para 1989, la Organización Mundial de la Salud la elimina también. Aunque la comunidad científica internacional reconoce que no se puede considerar una enfermedad, hay personas que, contradiciendo a la ciencia, siguen pensando que se trata de un trastorno.
 Han existido importantes mujeres y hombres que han hecho grandes aportaciones a la humanidad, independientemente de su condición no heterosexual, unos cuantos exponentes son Sally Kristen Ride, primera mujer en viajar al espacio exterior; Alejando Magno, ensalzado como el más grande de los conquistadores; la poetisa Safo; los pintores y escultores Leonardo da Vinci y Miguel Ángel; Michel Foucault, historiador, psicólogo, teórico social y filósofo francés; Rita Mae Brown novelista y líder del movimiento de liberación femenina; Alexander von Humboldt, geógrafo, astrónomo, humanista, naturalista y explorador alemán.
Ahora bien, no tenemos que ser mujeres u hombres connotados para ser aceptados en cuanto a la forma en cómo vivimos nuestra sexualidad o en quién depositamos nuestros afectos. Tampoco estamos obligados a seguir los designios de una expectativa o condicionamiento social de “feminidad” y “hombría”, sobre todo porque los derechos humanos y sexuales gozan actualmente de la sana separación entre las esferas de la vida pública y privada y entre la iglesia y el Estado, y son tutelados en países como el nuestro por leyes que previenen y sancionan la discriminación. Aún más, tampoco tenemos que tener nosotros mismos una orientación diferente a la heterosexual, ni tener familiares o amigos con esta condición, para poder entender, respetar y dar un trato digno y solidario y evitar hacer distingos, burlas o agresiones sobre esta base. Al final, aceptar la diferencia es liberador, porque nos compromete a aceptar que todos y todas somos iguales ante la Ley, y al mismo tiempo, que lo único que es estrictamente igual entre un ser humano y otro es que es único e irrepetible y que esa diversidad merece ser valorada y cada quien reconocido en su individualidad.