Existen un conjunto de creencias transmitidas por los padres, las familias, las mujeres y los medios de comunicación, en las que se condiciona a los varones a comportarse de cierta manera, acorde al ideal social que se tiene en torno de “ser hombre”, como es valerse por sí mismos, cumplir con las 3 “f” (feo, fuerte y formal), que sea él quien toma las decisiones, que mantenga siempre una imagen de dureza y fuerza, en fin, que adopte un rol masculino rígido, heteronormado, homofóbico, hipersexuado, agresivo y controlador.
Esta construcción de la masculinidad
hegemónica está directamente relacionada con la adopción de algunas prácticas arriesgadas
y abusivas, como en el caso de la actividad sexual, que en condiciones no consensuadas
tienden a rechazar el uso del condón y otros medios de salud reproductiva,
porque “no se siente igual” o es “cosa
de mujeres”, pero también el exhibicionismo y petulancia, la falta de respeto a
la intimidad, la promiscuidad, y engaños que parecen generar adrenalina.
Dentro de este imaginario social figura
el hombre que siempre está presto a la actividad sexual, que debe ser como un
“tigre” para las relaciones sexo genitales, debe cumplir con cuanta mujer se le
cruce en el camino le guste o no. (“A quién le dan pan que llore?”, reza el
dicho). Muchos de ellos piensan que su hombría debe estar gobernada por un
frecuente deseo sexual, como si se tratasen de unas máquinas sexuales
insaciables, han creído que a eso legítimamente los predestina estar siempre fisiológicamente
aptos, ya que, en caso de rechazar la oferta, podría ser señalado como
homosexuales o pusilánimes. También incluye esa ansiedad de lograr una mayor
cantidad de “conquistas sexuales”, “acostones” o como se le conozca
anecdóticamente.
Apenas en el siglo pasado, el
conocimiento sobre lo sexual, tanto en lo referente a lo masculino, y en
especial sobre el funcionamiento de la genitalidad femenina estaba bajo el
control del macho, aunque en realidad no tuviera los suficientes conocimientos,
pero se daba por hecho que los tenía. Cuando surgió la píldora anticonceptiva,
era él y no ella quien debería saber cómo administrarla. Claro que esto tenía
que ver con un control sobre ellas, pues son ellos los históricamente encargados
de iniciar sexualmente a la mujer y de alguna manera, hacerle sentir que el
placer de ella depende de lo que él sabe, por lo cual no es fácil tolerar a una
mujer con cierta experiencia sexual, puesto que al final la terminan
cuestionando, sobre ¿Con quién lo aprendió? Así como también ser el responsable
del orgasmo de ella, él es quien se lo proporciona. Cabe cuestionarse entonces,
si no sería mejor que la pareja pudiese aprender bajo una actitud de respeto y
de enseñanza mutua. Hoy en día muchas mujeres son más libres con su cuerpo y
sexualidad, cuentan con experiencia y capacidad para identificar lo que les
resulta placentero, aun así ello genera mucho miedo, porque se cree que las
faculta para humillar al varón llamándole “inexperto” o “poco hombre”, como con
justa razón podría suceder, con hombres que por egoísmo o falta de sensibilización
llegan a ser realmente torpes en la interacción sexual.
Por otro lado, los hombres se han encargado de evaluar
minuciosamente con otros congéneres los cuerpos femeninos, valorarlos o
devaluarlos, como en los concursos de belleza o bien con la mirada cómplice y acosadora entre ellos al ver pasar por la
acera a una hermosa chica, calificar sus atributos físicos, la magnitud de los
senos, en fin, les genera un abyecto y pírrico poder decidir quién tiene buen
cuerpo, como si pudieran disponer de este a voluntad.
Por otro lado, tenemos a la rudeza como signo
inequívoco de masculinidad, por lo cual muchos hombres llegan a ser toscos en las
relaciones sexuales, lastimándolas. A todas luces, no es concebible que la
tosquedad sea una característica innata de la personalidad, sin embargo, llega
a ser entendida, en incluso demanda por muchos hombres y mujeres al expresar “Abrázame
fuerte, como hombre”.
Muchos hombres suponen que existen
mujeres que están para acostarse con ellas y luego poder exhibirlas como trofeo
de caza con los amigos, en algunos casos el triunfo es mayor si estas son
vírgenes, (actualmente este valor de la virginidad ha ido careciendo de
importancia, sobre todo en grandes ciudades y en generaciones más recientes),
sin embargo sigue siendo preocupante el índice de menores de edad obligadas a
casarse, embarazos adolescentes, o los delitos de trata de personas,
explotación sexual, pornografía y violaciones, que afecta a niñas y mujeres muy
jóvenes.
Se da por hecho que los sentimientos no
entran en este terreno, pues lo importante es el éxito y la supremacía, y por
lo tanto también en esta lógica resulta totalmente justificable distinguir a esas otras mujeres que, sí serían para
casarse, para formar una familia “bien”, pues corresponden a una categoría de mujer
que no ha cedido fácilmente al sexo, a la cual se le pueda confiar la procreación,
crianza y educación de los hijos, sobre todo cuando la decencia es un valor
imperativo.
Hace no mucho, de forma expresa se
enunciaba que el matrimonio es para la reproducción de la especie, y por lo
tanto, la falta de fertilidad era uno de
los motivos por los cuales podría proceder la disolución del vínculo matrimonial. Bajo
estos infortunados supuestos, la esposa tenía que cumplir con sus obligaciones
maritales, accediendo toda vez que el esposo lo exigiera, y no había opción a
poner su protección y su sexo en manos de él, era incluso motivo de divorcio si
no accedía, pues ella debía ser pasiva en lo que atañe a la genitalidad, esto
es, no tener deseos propios, ya que, como ya se dijo, los varones son los que deben
iniciar y hacerse responsables del placer de la compañera. Indudablemente esto
genera incomprensión, que ellas vayan perdiendo el interés hacia lo sexual,
falta de realización y de identificación mutua en la pareja.
Seguramente seguirán existiendo hombres,
aquí y en otras partes del mundo que se aferren en continuar con el antiguo
modelo de aquella arcaica sexualidad de dominación, pero cada vez serán menos, porque
ya no son creíbles, muchas mujeres abiertamente dicen que “prefiero estar sola
que mal acompañada” y la verdad echan en muy poca falta la interacción sexual
con sus parejas, porque se dan cuenta que eso es solo una faceta de su ser, no
las define, a la par cada vez más hay hombres que ven desmoronarse su anterior
dominación, y aumentan aquellos que buscan grupos de hombres para debatir los
antiguos modelos y proponer nuevos conceptos en la búsqueda de un crecimiento
compartido.
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