Cuando se
habla de educación sexual inmediatamente se piensa en una enseñanza otorgada
fuera de casa, como pudiera ser en una institución escolar.
Se nos vienen a la mente varias cosas relacionadas,
entre ellas: lo que la publicidad nos hace creer, lo que las películas nos
ofrecen, los memes de WhatsApp, los albures y hasta las que están envueltas en cuestiones de
ética, moralidad o pecado, o bien, se identifica con técnicas coitales.
Pero hablar de sexualidad es mencionar al ser
humano integral, donde se incluye al ser biológico, ser psicológico y ser
social. Este vocablo nos refiere al ser humano sexual que es, que piensa y que
convive con otros seres humanos que también son, piensan y conviven. La
sexualidad implica desde el tipo de ropa que usamos, los modos de caminar, de
mirar, de reír, de actuar, de coexistir con otros, así como la idea que las
niñas “deben” usar aretes y los niños prendas de color azul, que los niños
practiquen juegos rudos o que las niñas sean “femeninas”.
A veces
otorgamos de forma consiente un significado simbólico a esas pautas y lo
adoptamos como parte de ver las cosas, incluso nos hace cambiar nuestro
comportamiento a través de la educación y la información científica. Sin
embargo, es muy común que asumamos las cosas sin reflexionar.
Una buena
parte de esto la aprendemos de manera informal, así, sin reparar le damos un trato diferente a una
niña que a un niño. Sin embargo, siempre estará presente la forma en que un niño durante su desarrollo vaya
reuniendo e identificándose con estos elementos y los adopte como propios, es
decir, que el pequeño va incorporando a su ser la vivencia psíquica y emocional
de ser hombre o mujer. Pero hay una educación sexual que es la principal fuente
de información, pero muchas veces son ideas erróneas, pero que a la vez son más
persistentes y que se dan cotidianamente
como son las charlas con la familia o los amigos, la que los medios masivos de
comunicación nos transmiten día con día a través de comerciales o películas. En
la que todos hemos recibido y aún más, también somos educadores sexuales. Vamos
transmitiendo ideas erróneas entre broma y broma o comentarios que hemos
escuchado decir a otros, pero no estamos seguros de que sean ciertos.
En algunas
otras ocasiones, cuando tenemos dudas con nuestra sexualidad, acudimos, en
primera instancia, a los sacerdotes, al médico, al maestro, al psicólogo, a la
enfermera, al psiquiatra, ginecólogo, etcétera
y suponemos que ellos nos pueden resolver nuestras dudas pero, también
pueden surgir situaciones confusas, discrepancias en juicios valorativos y
moralidades prejuiciosas que en lugar de ayudarnos limitan nuestro desarrollo psicosocial.
Muchas veces
suponemos que por ser profesionistas, por tener ciertos estudios, cuentan con
información fidedigna, sin embargo, esta puede estar cargada de ideas erróneas,
como por ejemplo: “cuando hacen creer que la masturbación es nociva, (que se puede
convertir en vicio)”, “que los hombres nunca deben fallar en la cama”, o bien “que
todas la mujeres sangran cuando pierden la virginidad”, “que la pareja debe
tener orgasmos sincronizados”, etcétera, asumimos esa información como válida
aunque este cargada de juicios valorativos.
Ahora con
tanta información en librerías, programas de televisión, incluso en internet de
fuentes serias e institucionales y que pueden ser consultadas de forma discreta
si así lo decidimos, no hay pretexto para limpiar nuestras telarañas mentales sobre
nuestra sexualidad.
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