“Después
de muchos años sin saber de él, mi padre se presentó en mi casa, enfermo y
pidiendo ayuda. Lo acepte, sin saber que tenía trastorno neuro-cognitivo (demencia
senil). Opte por hacerme cargo de él, por sentirme obligada, por mis creencias
religiosas y bueno era mi padre, aunque nos había abandonado cuando yo era una
niña. El cuidarlo ocasiono grandes
problemas en mi matrimonio hasta el punto de llegar a un posible divorcio. Como
mujer me daba vergüenza bañar a mi padre, así que se lo tuve que pedir a mi
esposo. Mis hermanos no quisieron apoyarme, argumentando que para ellos era un
desconocido. En realidad los problemas se presentaron cuando no podíamos
controlarlo, defecaba u orinaba en cualquier parte de la casa, se quitaba los
pañales y los aventaba o los escondía, andaba desnudo en su cuarto. Un día se
salió de la casa, no sé cómo sucedió, es muy difícil estar todo el día tras él.
Tuve que reportarlo como perdido, al día siguiente lo encontré, de ahí un gran
calvario, pues las autoridades me hicieron sentir que yo no lo cuidaba, que lo
maltrataba, que lo había abandonado. Este fue el punto que estaba por destruir
mi vida familiar. Afortunadamente logramos colocarlo en un centro de asistencia
y ahí se hacen cargo de él. Pero me siento culpable de haberlo llevarlo a esa
institución, aunque sé que lo tratan bien”.
A veces no entendemos que les pasa a nuestros padres o
abuelos cuando empiezan a tener una pérdida de la memoria, cuando colocan cosas
donde no deber de ir, cuando por momentos no saben dónde están o como llegar a
casa. A veces pensamos que lo hacen para hacernos enojar. En algunos casos, la
familia tiene resentimiento hacia el adulto mayor y no lo quieren cuidar, otras, porque les cambia la vida, porque complican
la vida familiar y personal, ya no
pueden salir tan fácilmente, pero también es un temor de verse reflejados la
propia vejez.
Otras veces, llegan a desesperar cuando preguntan lo mismo o
cuentan la misma historia varias veces, pero el problema no es el tipo de olvido
de “donde deje tal objeto” como a cualquiera nos puede suceder, sino cuando no
recuerdan para qué sirve ese objeto. Cuando comienzan a tener conductas
“inapropiadas” como presentarse desnudos ante las visitas. ¿Hasta dónde es el límite
para poderlo tener en casa y hasta dónde acudir a alguna institución? y no
sentirse culpable de ya no poderse hacer cargo de ese familiar porque ya está
en riesgo la propia familia y su economía.
Algunos familiares al no entender este nuevo comportamiento,
pues muchas veces se desconocen los síntomas, la manera de comportarse y al
quererlo controlar, pueden caer en la desesperación y llegar a un maltrato. Como
en los inicios de este problema son situaciones espontaneas suele uno no poner
la debida atención y la familia sigue suponiendo que la persona está capacitada
para seguir haciendo su vida cotidiana. Es muy complicado estar atrás de ellos
todo el tiempo, estar al pendiente de ellos, pues es difícil hacer las tareas
de uno mismo. Llevarlos a las citas médicas, estar tras su aseo personal y más
complicado si el cuidador tiene que trabajar por ser el único sostén de la
familia. Esto conlleva al cuidador a presentar una serie de síntomas, que no
son claramente percibidos por los otros miembros de la familia.
Si bien es cierto que, cuando tenemos que cuidar un paciente
con una enfermedad degenerativa debemos de contar con una sobredosis de
paciencia y de amor, habrá un límite
para la persona que lo cuida. Muchas veces son adultos mayores los que se
cuidan a sí mismos o bien a una persona con alguna discapacidad y que en algún
momento tendrán que recurrir a una
institución, el caso es contar con los recursos económicos para sus cuidados.
El comportamiento de las personas ante esta situación y otras muchas, radica en la calidad humana del individuo y no de su estatus social o económico, pero desafortunadamente el rumbo de la humanidad siempre ha sido hacia lo material, así que pienso que esta historia es, fue y será parte del ser humano, aunque la mayoría de las ocasiones no lo seamos.
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