Esas situaciones han existido desde hace
mucho, tanto que los sesgos y estereotipos de género nos parecen ya casi cosa
natural, es decir que las mujeres asuman el rol de cuidadora de niños, enfermos,
discapacitados y adultos mayores, como si estuvieran genéticamente destinadas
para ello y en consecuencia que los hombres no debieran participar, más al
contrario, en su momento los hombres se hacen merecedores de recibir todo tipo
de cuidados, como si ellos mismos no pudieran desarrollar conductas compasivas
o por lo menos empáticas con sus más cercanos, al mismo tiempo, muchos de ellos
se volvieron totalmente inútiles y dependientes por no saber resolver sus más
básicas necesidades y cuidados, incluyendo los que tienen que ver con mantener
una buena salud, como son alimentación, limpieza, ministración de medicamentos,
etc.
No obstante, las nuevas realidades nos
obligan a replantear cómo se llevan a cabo estas conductas altruistas y de
autocuidado de la salud, queramos o no, nuestra formación y nuestros dogmas nos
lo permita o no, a riesgo de vernos rebasados por situaciones que no podamos
manejar o que bien podamos manejar mejor y con menos penalidades, desgaste,
injusticias y pleitos familiares si asumimos conductas más solidarias y
racionales.
La población está envejeciendo y con el
aumento de la esperanza de vida también se incrementa la probabilidad de
desarrollar padecimientos crónico degenerativos, como la diabetes y la
hipertensión, las cuales sin embargo también afectan a la población infantil,
pero si bien en el caso de los niños el cuidado es un asunto relativamente
resuelto, en el caso de los adultos mayores además de suceder las dinámicas
familiares y de género que ya mencionamos estas se agravan porque en ellos los
padecimientos adquieren una evolución incierta y se multiplica el riesgo de sus
complicaciones.
A ello se debe sumar la creciente saturación
e incompetencia del sistema de salud, público y muchas veces también el
privado, asimismo las tendencias clínicas recientes que subrayan la importancia
de los procedimientos médicos ambulatorios y el auto cuidado a cargo de los
pacientes y de sus propios núcleos familiares, todo ello con el fin de aliviar
la sobrecarga de los hospitales, donde además los adultos mayores se exponen a
contraer infecciones llamadas nosocomiales y sufrir aislamiento, malos tratos y
abandono, entre otros.
Es muy sabido que los adultos mayores
imploran “déjame morir en mi casa, no me lleves al hospital”. Aun en países
desarrollados, donde existen unidades médicas especializadas en cuidados
paliativos o últimos cuidados que apoyan a los núcleos familiares cuando se
tiene un paciente crónico o terminal, es decir que aquel al que hay que asistir
en las secuelas de sus crisis de salud, o bien que ya no se va a curar, la
mayoría de los adultos mayores siguen pidiendo eso. Si nos ponemos a pensar
quisiéramos pasar nuestros últimos días en donde tenemos nuestros afectos,
trato cálido, nuestros libros, nuestra música, todo aquello que forma parte de
nuestro propio universo sicosocial, lo que nos da identidad y un lugar en el
mundo, así se llega a expresar y no es raro que ello reconforte un poco.
Ahora bien, ¿Qué implica hacerse cargo
de un paciente adulto mayor en casa?, bueno aparte de lo obvio que resulta
acondicionar, garantizar su adecuada alimentación, aprender a bañarlos, darles
o vigilar que tomen sus medicamentos, tomarles la presión y la temperatura, aprender
a hacer la diálisis si es un paciente de insuficiencia renal, limpiar su
cuarto, valorar sus síntomas, acudir con ellos a sus citas médicas de forma
oportuna, etc.
Pues, empezar por el principio,
reconocerse a sí mismo y hacer visible al cuidador que se va a encargar de esas
tareas, remarcar su papel social y familiar, ser sensible respecto de sus
necesidades a partir del rol que decidió asumir, reforzar su decisión con apoyo
por lo menos moral, facilitarle la vida pues para que lleve a cabo esa responsabilidad,
y si se puede compensar y premiar ese mérito.
Socialmente no está reconocido ese rol,
mejor se le da mérito a los futbolistas, artistas, políticos, a los que
comparten cosas chistosas o visitas a lugares exóticos y restoranes en el
WhatsApp y en el Facebook, por lo mismo cuando el cuidador se tiene que excusar
en el trabajo o en sus relaciones sociales por tener que entregarse al cuidado
de un paciente, pues no se le entiende, no se le apoya, no se le da permiso, no
se le toma en cuenta para que pueda programar su participación en eventos
sociales o familiares, se le dice “pues eso te tocó y resuélvelo tu” o de plano
se considera que eso no es “cool”.
En consecuencia es importante fomentar
la conformación de redes de apoyo, en las que si bien sus miembros no
participen activamente, por lo menos si se vuelvan sensibles, “todos vamos para
allá” se suele decir, pero en realidad no se toma conciencia para prepararnos a
cuidar de nuestros adultos mayores y a nosotros mismos cuando nos toqué esa
realidad, a veces hasta ahí llega la “buenaondez” de nuestros amigos,
familiares y vecinos, casi a nadie le llama la atención “cuidar a un anciano”
ni se quiere enterar de qué se trata, ni siquiera para aprender de ello y usar
dicho conocimiento a su favor cuando lo necesiten con sus adultos mayores o
consigo mismos.
Otro paso igual de importante es hacer
que la figura del cuidador sea neutral al género, si, no importa que seas
hombre o mujer, y entonces hay que visibilizar esta parte de la vida privada y
cómo se reparten los costos tanto en tiempo, esfuerzo y dinero. No hay de otra,
por igual se debe participar en estos cuidados, y si no se sabe cómo pues se
debe tener disposición para aprender, no se puede anteponer esa limitación de
antemano, sobre todo porque no tiene una base real, está en nuestro imaginario
colectivo e individual, en ello hay que pensar que además de ser un deber moral
es algo que nos conviene a todos, si aprendemos a que todos dependemos de todos
pues tarde que temprano se nos regresará algo del sacrificio que hagamos, por
lo menos tendremos la solvencia para pedir ayuda cuando la necesitemos y que se
nos ubique como alguien merecedor de ser ayudado, y se pueden sumar apoyos
cuando se tiene un antecedente de cooperación y solidaridad cuando hubo un
objetivo común, en este caso cuidar al padre o la madre, eso no se paga con
ningún dinero ni se compra en la tienda de la esquina ni se improvisa de un día
para otro.
Como seres humanos podemos actuar por
convicción y hasta por imitación y para ello no es impedimento que seamos
hombres o mujeres. Como se verá a continuación, sólo de una forma compartida se
puede sobrellevar la carga que representa en tiempo y recursos el cuidado de un
paciente adulto mayor y asumir de forma rotativa o alternada el rol de cuidador,
pero bien vale la pena cuando se extiende la sobrevida, incluso en contra de
cualquier pronóstico y sin “morir en el intento”. Al final nos liberaremos de
la cultura ancestral de las culpas si actuamos acorde a nuestros reales
sentimientos y afectos, evitamos que luego nos venga confusión y remordimientos
como la señora que afuera de urgencias de un hospital llorosa y desesperada
decía “ahora si, ahora si, le voy a dar todo, todo, lo que ella quiera”, refiriéndose
a su paciente en estado crítico y probablemente desatendida por los familiares.
Ahora bien, siguiendo las pautas de
prevención y control médico de los padecimientos en realidad tampoco es tan
difícil el cuidado de los adultos mayores, por eso debemos ir a sus consultas
con ellos y entender su situación, esto a fin de reducir las visitas a
urgencias y escenarios inesperados, comúnmente se dice “los viejitos se mueren
de una caída, de una gripa o de una diarrea”, pues así de fácil, se debe
procurar no tener ese tipo de descuidos o percances que agraven el curso
natural de los padecimientos pre adquiridos que ya tengan, en el extremo
opuesto, se debe evitar la sobre protección y hacer que los adultos mayores se
hagan dependientes cuando aún no requieren ayuda para vestirse, bañarse, tomar
sus medicinas o bien hipocondriacos o hipersensibles.
Lo anterior nos lleva al tema de la
relación cuidador-paciente, tampoco se ha estudiado mucho al respecto, y menos
se nos ha educado en ello, por lo mismo, por lo pronto cada quien debe
encontrar su camino para compaginar los roles de familiar con los de cuidador,
nunca olvidar que el adulto mayor aunque esté bajo nuestro cuidado y es circunstancialmente
nuestro “paciente”, no deja de ser nuestra madre o nuestro padre.
Ello es difícil, ya que por un lado SI
se requiere total disciplina para seguir los tratamientos e instrucciones
médicos y que en ello no interfiera el posible deterioro cognoscitivo o
emocional de los pacientes sobre todo cuando se trata de enfermedades crónicas
y degenerativas o que inflijan dolor y malestar generalizado en ellos y minen
su fortaleza y entereza al punto de que se conviertan en personas
irreconocibles. En este caso se debe aprender a controlar nuestra propias
emociones, desde el enojo o la decepción que nos genera una falta de apego por
parte del paciente, su mal estado de ánimo o conductas de chantaje o incluso recibir
su violencia física, verbal o sicológica.
Pero por otro lado, es importante no
tratar de asumir un comportamiento ajeno o frio o incluso de resentimiento por
la “mala suerte del paquete que nos tocó”, en realidad no nos convertimos en
personal médico o de enfermería y mucho menos a sueldo, seguimos siendo hijos e
hijas, y una buena parte de la recuperación y mantener un estado de buena salud
depende de que los pacientes se sientan en su hogar, respetados, apreciados,
queridos y a veces hasta corregidos en sus conductas cuando así sea necesario.
Todo ello según las reglas de nuestra convivencia familiar y que son parte de
la propia identidad, en este sentido, algo que ayuda mucho es hacerles saber y
entender a los adultos mayores que por estar en el núcleo familiar deben
sentirse protegidos, sin embargo que ello también les genera responsabilidad
para dejar que todos los otros integrantes se sigan desarrollando y viviendo
sus vidas y proyectos y en la medida de lo posible hacerse cargo de sus propias
necesidades, físicas y emocionales. La palabra clave siempre será GRACIAS,
gracias por lo que ellos aportaron pero también por lo que están recibiendo y
recibirán, hasta el fin de sus días, no verlos como personas achacosas,
quejumbrosas, sino anteponer siempre las cosas que le han dado sentido a estar
juntos.
Claro que no hay escuela para aprender
esto, pero también es cierto que conviene más darse cuenta de que algún día
surgirán esas situaciones y no tratar de imponer pautas de la noche a la mañana
con las fricciones o apatía del caso, hay que iniciar esta reflexión, detectar
nuestras fisuras y debilidades tanto en la construcción de nuestras estructuras
familiares como personales y pensar cómo las vamos a remediar, y si no tienen
remedio pues tomar decisiones y aunque suene radical, buscarse una familia
ampliada o hasta adoptiva con quien SI esté dispuesto a ello, formar redes de
apoyo, aprender a envejecer y a cuidarnos mutuamente.
En la presentación del artículo se puede
poner:
“Alejandro León, colaborador de este
artículo, cuidó por diez años, junto con su hermano Francisco, a su madre Edelmira
quien sufrió insuficiencia renal, si bien enfrentaron muchas vicisitudes contaron
con el apoyo solidario de muchas personas en diferentes momentos y se logró para
Edelmira una sobrevida de diez años, cuando el promedio es de tres para este
tipo de pacientes. Durante estos años y a la fecha, Alejandro pudo una gran familia extendida, asimismo Francisco
formó su propia familia gracias a lo cual Edelmira realizó el sueño de conocer
a su primera nieta.”
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