miércoles, 27 de abril de 2016

Cuidado de los ancianos y de los enfermos


Esas situaciones han existido desde hace mucho, tanto que los sesgos y estereotipos de género nos parecen ya casi cosa natural, es decir que las mujeres asuman el rol de cuidadora de niños, enfermos, discapacitados y adultos mayores, como si estuvieran genéticamente destinadas para ello y en consecuencia que los hombres no debieran participar, más al contrario, en su momento los hombres se hacen merecedores de recibir todo tipo de cuidados, como si ellos mismos no pudieran desarrollar conductas compasivas o por lo menos empáticas con sus más cercanos, al mismo tiempo, muchos de ellos se volvieron totalmente inútiles y dependientes por no saber resolver sus más básicas necesidades y cuidados, incluyendo los que tienen que ver con mantener una buena salud, como son alimentación, limpieza, ministración de medicamentos, etc.
No obstante, las nuevas realidades nos obligan a replantear cómo se llevan a cabo estas conductas altruistas y de autocuidado de la salud, queramos o no, nuestra formación y nuestros dogmas nos lo permita o no, a riesgo de vernos rebasados por situaciones que no podamos manejar o que bien podamos manejar mejor y con menos penalidades, desgaste, injusticias y pleitos familiares si asumimos conductas más solidarias y racionales.
La población está envejeciendo y con el aumento de la esperanza de vida también se incrementa la probabilidad de desarrollar padecimientos crónico degenerativos, como la diabetes y la hipertensión, las cuales sin embargo también afectan a la población infantil, pero si bien en el caso de los niños el cuidado es un asunto relativamente resuelto, en el caso de los adultos mayores además de suceder las dinámicas familiares y de género que ya mencionamos estas se agravan porque en ellos los padecimientos adquieren una evolución incierta y se multiplica el riesgo de sus complicaciones.
A ello se debe sumar la creciente saturación e incompetencia del sistema de salud, público y muchas veces también el privado, asimismo las tendencias clínicas recientes que subrayan la importancia de los procedimientos médicos ambulatorios y el auto cuidado a cargo de los pacientes y de sus propios núcleos familiares, todo ello con el fin de aliviar la sobrecarga de los hospitales, donde además los adultos mayores se exponen a contraer infecciones llamadas nosocomiales y sufrir aislamiento, malos tratos y abandono, entre otros.
Es muy sabido que los adultos mayores imploran “déjame morir en mi casa, no me lleves al hospital”. Aun en países desarrollados, donde existen unidades médicas especializadas en cuidados paliativos o últimos cuidados que apoyan a los núcleos familiares cuando se tiene un paciente crónico o terminal, es decir que aquel al que hay que asistir en las secuelas de sus crisis de salud, o bien que ya no se va a curar, la mayoría de los adultos mayores siguen pidiendo eso. Si nos ponemos a pensar quisiéramos pasar nuestros últimos días en donde tenemos nuestros afectos, trato cálido, nuestros libros, nuestra música, todo aquello que forma parte de nuestro propio universo sicosocial, lo que nos da identidad y un lugar en el mundo, así se llega a expresar y no es raro que ello reconforte un poco.
Ahora bien, ¿Qué implica hacerse cargo de un paciente adulto mayor en casa?, bueno aparte de lo obvio que resulta acondicionar, garantizar su adecuada alimentación, aprender a bañarlos, darles o vigilar que tomen sus medicamentos, tomarles la presión y la temperatura, aprender a hacer la diálisis si es un paciente de insuficiencia renal, limpiar su cuarto, valorar sus síntomas, acudir con ellos a sus citas médicas de forma oportuna, etc.
Pues, empezar por el principio, reconocerse a sí mismo y hacer visible al cuidador que se va a encargar de esas tareas, remarcar su papel social y familiar, ser sensible respecto de sus necesidades a partir del rol que decidió asumir, reforzar su decisión con apoyo por lo menos moral, facilitarle la vida pues para que lleve a cabo esa responsabilidad, y si se puede compensar y premiar ese mérito.
Socialmente no está reconocido ese rol, mejor se le da mérito a los futbolistas, artistas, políticos, a los que comparten cosas chistosas o visitas a lugares exóticos y restoranes en el WhatsApp y en el Facebook, por lo mismo cuando el cuidador se tiene que excusar en el trabajo o en sus relaciones sociales por tener que entregarse al cuidado de un paciente, pues no se le entiende, no se le apoya, no se le da permiso, no se le toma en cuenta para que pueda programar su participación en eventos sociales o familiares, se le dice “pues eso te tocó y resuélvelo tu” o de plano se considera que eso no es “cool”.
En consecuencia es importante fomentar la conformación de redes de apoyo, en las que si bien sus miembros no participen activamente, por lo menos si se vuelvan sensibles, “todos vamos para allá” se suele decir, pero en realidad no se toma conciencia para prepararnos a cuidar de nuestros adultos mayores y a nosotros mismos cuando nos toqué esa realidad, a veces hasta ahí llega la “buenaondez” de nuestros amigos, familiares y vecinos, casi a nadie le llama la atención “cuidar a un anciano” ni se quiere enterar de qué se trata, ni siquiera para aprender de ello y usar dicho conocimiento a su favor cuando lo necesiten con sus adultos mayores o consigo mismos.
Otro paso igual de importante es hacer que la figura del cuidador sea neutral al género, si, no importa que seas hombre o mujer, y entonces hay que visibilizar esta parte de la vida privada y cómo se reparten los costos tanto en tiempo, esfuerzo y dinero. No hay de otra, por igual se debe participar en estos cuidados, y si no se sabe cómo pues se debe tener disposición para aprender, no se puede anteponer esa limitación de antemano, sobre todo porque no tiene una base real, está en nuestro imaginario colectivo e individual, en ello hay que pensar que además de ser un deber moral es algo que nos conviene a todos, si aprendemos a que todos dependemos de todos pues tarde que temprano se nos regresará algo del sacrificio que hagamos, por lo menos tendremos la solvencia para pedir ayuda cuando la necesitemos y que se nos ubique como alguien merecedor de ser ayudado, y se pueden sumar apoyos cuando se tiene un antecedente de cooperación y solidaridad cuando hubo un objetivo común, en este caso cuidar al padre o la madre, eso no se paga con ningún dinero ni se compra en la tienda de la esquina ni se improvisa de un día para otro.
Como seres humanos podemos actuar por convicción y hasta por imitación y para ello no es impedimento que seamos hombres o mujeres. Como se verá a continuación, sólo de una forma compartida se puede sobrellevar la carga que representa en tiempo y recursos el cuidado de un paciente adulto mayor y asumir de forma rotativa o alternada el rol de cuidador, pero bien vale la pena cuando se extiende la sobrevida, incluso en contra de cualquier pronóstico y sin “morir en el intento”. Al final nos liberaremos de la cultura ancestral de las culpas si actuamos acorde a nuestros reales sentimientos y afectos, evitamos que luego nos venga confusión y remordimientos como la señora que afuera de urgencias de un hospital llorosa y desesperada decía “ahora si, ahora si, le voy a dar todo, todo, lo que ella quiera”, refiriéndose a su paciente en estado crítico y probablemente desatendida por los familiares.
Ahora bien, siguiendo las pautas de prevención y control médico de los padecimientos en realidad tampoco es tan difícil el cuidado de los adultos mayores, por eso debemos ir a sus consultas con ellos y entender su situación, esto a fin de reducir las visitas a urgencias y escenarios inesperados, comúnmente se dice “los viejitos se mueren de una caída, de una gripa o de una diarrea”, pues así de fácil, se debe procurar no tener ese tipo de descuidos o percances que agraven el curso natural de los padecimientos pre adquiridos que ya tengan, en el extremo opuesto, se debe evitar la sobre protección y hacer que los adultos mayores se hagan dependientes cuando aún no requieren ayuda para vestirse, bañarse, tomar sus medicinas o bien hipocondriacos o hipersensibles.
Lo anterior nos lleva al tema de la relación cuidador-paciente, tampoco se ha estudiado mucho al respecto, y menos se nos ha educado en ello, por lo mismo, por lo pronto cada quien debe encontrar su camino para compaginar los roles de familiar con los de cuidador, nunca olvidar que el adulto mayor aunque esté bajo nuestro cuidado y es circunstancialmente nuestro “paciente”, no deja de ser nuestra madre o nuestro padre.
Ello es difícil, ya que por un lado SI se requiere total disciplina para seguir los tratamientos e instrucciones médicos y que en ello no interfiera el posible deterioro cognoscitivo o emocional de los pacientes sobre todo cuando se trata de enfermedades crónicas y degenerativas o que inflijan dolor y malestar generalizado en ellos y minen su fortaleza y entereza al punto de que se conviertan en personas irreconocibles. En este caso se debe aprender a controlar nuestra propias emociones, desde el enojo o la decepción que nos genera una falta de apego por parte del paciente, su mal estado de ánimo o conductas de chantaje o incluso recibir su violencia física, verbal o sicológica.
Pero por otro lado, es importante no tratar de asumir un comportamiento ajeno o frio o incluso de resentimiento por la “mala suerte del paquete que nos tocó”, en realidad no nos convertimos en personal médico o de enfermería y mucho menos a sueldo, seguimos siendo hijos e hijas, y una buena parte de la recuperación y mantener un estado de buena salud depende de que los pacientes se sientan en su hogar, respetados, apreciados, queridos y a veces hasta corregidos en sus conductas cuando así sea necesario. Todo ello según las reglas de nuestra convivencia familiar y que son parte de la propia identidad, en este sentido, algo que ayuda mucho es hacerles saber y entender a los adultos mayores que por estar en el núcleo familiar deben sentirse protegidos, sin embargo que ello también les genera responsabilidad para dejar que todos los otros integrantes se sigan desarrollando y viviendo sus vidas y proyectos y en la medida de lo posible hacerse cargo de sus propias necesidades, físicas y emocionales. La palabra clave siempre será GRACIAS, gracias por lo que ellos aportaron pero también por lo que están recibiendo y recibirán, hasta el fin de sus días, no verlos como personas achacosas, quejumbrosas, sino anteponer siempre las cosas que le han dado sentido a estar juntos.
Claro que no hay escuela para aprender esto, pero también es cierto que conviene más darse cuenta de que algún día surgirán esas situaciones y no tratar de imponer pautas de la noche a la mañana con las fricciones o apatía del caso, hay que iniciar esta reflexión, detectar nuestras fisuras y debilidades tanto en la construcción de nuestras estructuras familiares como personales y pensar cómo las vamos a remediar, y si no tienen remedio pues tomar decisiones y aunque suene radical, buscarse una familia ampliada o hasta adoptiva con quien SI esté dispuesto a ello, formar redes de apoyo, aprender a envejecer y a cuidarnos mutuamente.

En la presentación del artículo se puede poner:
“Alejandro León, colaborador de este artículo, cuidó por diez años, junto con su hermano Francisco, a su madre Edelmira quien sufrió insuficiencia renal, si bien enfrentaron muchas vicisitudes contaron con el apoyo solidario de muchas personas en diferentes momentos y se logró para Edelmira una sobrevida de diez años, cuando el promedio es de tres para este tipo de pacientes. Durante estos años y a la fecha, Alejandro pudo  una gran familia extendida, asimismo Francisco formó su propia familia gracias a lo cual Edelmira realizó el sueño de conocer a su primera nieta.”



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