lunes, 14 de marzo de 2016

LABOR DE MADRE

Algunas mujeres mayores de 55 años, su mayor preocupación sigue siendo sus hijos o hijas, en especial cuando oscilan entre los 18 y 30 años de edad, ya que generalmente éstos viven aún con ellas; algunos todavía están estudiando u otros están trabajando, pero difícilmente aportan a la economía familiar. Por lo general, no participan en las labores de la casa. Lo poco que ganan, se lo gastan comprando ropa o en diversiones.
Discuten con ellos por no tener su cuarto limpio y arreglado, aunque evitan asearlo ellas mismas, sin embargo, siempre tienen la idea: “¿no les dará pena traer a sus amigos a su cuarto y que vean ese tiradero?”. Sus pequeños les reclaman que quieren ser independientes, y a ellas les gustaría que se lo demostraran, pero continúan resolviéndoles los problemas a sus retoños.
Son las clásicas madres que continúan lavando y planchando la ropa de los hijos e hijas; y siguen preocupándose por sus alimentos. Se mortifican si no comen en casa o aún dejarlos sin comida preparada para cuando ellas no están en el hogar, como si ellos no fuesen capaces de prepararse algún taco o salir a la calle a comprarlo. Se inquietan si sus jóvenes no llegan a dormir a casa, donde el límite para llegar es la 1 a.m., aún los fines de semana, en cuyo caso, les gustaría que por lo menos sus críos se reportaran para decirles que están bien y que llegarán un par de horas después, pues tienen miedo de que sufran un accidente.
A veces, aunque su aportación sea pequeña, los descendientes les reclaman a las madres por no tener “sus cosas listas”. Muchas veces éstas prefieren no discutir con ellos para no molestarlos o que las amenacen que se irán de la casa. Ellas piensan que el deber de las hijas y los hijos es estar con ellas, diciendo: “¿quién los va a tratar mejor que yo?”; o bien recapacitan: “para que ellas no estén solas en su vejez”.
Ellas siguen tratando de complacerlos, casi en todo, para no sentir que son unas “malas madres”. A algunas les gustaría que sus hijos las siguieran obedeciendo “toda la vida”.
En una sociedad como la nuestra, donde el papel de madre tiene un gran peso en la vida familiar, se les hace difícil soltar a los hijos, aun cuando ellas de jóvenes quisieron ser independientes, y ahora que ellas ya pueden tomar sus decisiones y que se sienten más libres, reproducen la misma educación que han recibido de sus madres, al suponer que ellos no saben tomar sus propias determinaciones.

Ellas han aprendido que deben de proteger a sus hijos de todo mal, de las enfermedades, de las caídas, de los golpes, ya que a través de diferentes medios han impuesto esa manera de pensar y suponer que con eso son “buenas madres”, pero esa protección no les permite a sus hijos enfrentarse con sus propios problemas y buscar al menos un consejo de los padres para enfrentarlos. Sus hijos ya tienen los valores y las bases que sus padres les enseñaron, ahora les toca a ellos experimentar, tal vez como lo hacen en otras sociedades, que los padres expulsan a sus hijos del nido familiar, cuando estos cumplen la mayoría de edad y dejan que ellos se enfrenten a la vida cotidiana.

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