Algunas
mujeres mayores de 55 años, su mayor preocupación sigue siendo sus
hijos o hijas, en especial cuando oscilan entre los 18 y 30 años de
edad, ya que generalmente éstos viven aún con ellas; algunos
todavía están estudiando u otros están trabajando, pero
difícilmente aportan a la economía familiar. Por lo general, no
participan en las labores de la casa. Lo poco que ganan, se lo gastan
comprando ropa o en diversiones.
Discuten
con ellos por no tener su cuarto limpio y arreglado, aunque evitan
asearlo ellas mismas, sin embargo, siempre tienen la idea: “¿no
les dará pena traer a sus amigos a su cuarto y que vean ese
tiradero?”. Sus pequeños les reclaman que quieren ser
independientes, y a ellas les gustaría que se lo demostraran, pero
continúan resolviéndoles los problemas a sus retoños.
Son
las clásicas madres que continúan lavando y planchando la ropa de
los hijos e hijas; y siguen preocupándose por sus alimentos. Se
mortifican si no comen en casa o aún dejarlos sin comida preparada
para cuando ellas no están en el hogar, como si ellos no fuesen
capaces de prepararse algún taco o salir a la calle a comprarlo. Se
inquietan si sus jóvenes no llegan a dormir a casa, donde el límite
para llegar es la 1 a.m., aún los fines de semana, en cuyo caso, les
gustaría que por lo menos sus críos se reportaran para decirles que
están bien y que llegarán un par de horas después, pues tienen
miedo de que sufran un accidente.
A
veces, aunque su aportación sea pequeña, los descendientes les
reclaman a las madres por no tener “sus cosas listas”. Muchas
veces éstas prefieren no discutir con ellos para no molestarlos o
que las amenacen que se irán de la casa. Ellas piensan que el deber
de las hijas y los hijos es estar con ellas, diciendo: “¿quién
los va a tratar mejor que yo?”; o bien recapacitan: “para que
ellas no estén solas en su vejez”.
Ellas
siguen tratando de complacerlos, casi en todo, para no sentir que son
unas “malas madres”. A algunas les gustaría que sus hijos las
siguieran obedeciendo “toda la vida”.
En
una sociedad como la nuestra, donde el papel de madre tiene un gran
peso en la vida familiar, se les hace difícil soltar a los hijos,
aun cuando ellas de jóvenes quisieron ser independientes, y ahora
que ellas ya pueden tomar sus decisiones y que se sienten más
libres, reproducen la misma educación que han recibido de sus
madres, al suponer que ellos no saben tomar sus propias
determinaciones.
Ellas
han aprendido que deben de proteger a sus hijos de todo mal, de las
enfermedades, de las caídas, de los golpes, ya que a través de
diferentes medios han impuesto esa manera de pensar y suponer que con
eso son “buenas madres”, pero esa protección no les permite a
sus hijos enfrentarse con sus propios problemas y buscar al menos un
consejo de los padres para enfrentarlos. Sus hijos ya tienen los
valores y las bases que sus padres les enseñaron, ahora les toca a
ellos experimentar, tal vez como lo hacen en otras sociedades, que
los padres expulsan a sus hijos del nido familiar, cuando estos
cumplen la mayoría de edad y dejan que ellos se enfrenten a la vida
cotidiana.
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